Diario
de un loco, año 2000, 43 de abril.
(entre
el día y la noche)
Sinopsis
Ramón
Suárez, un simple empleado, escucha voces e imagina que los perros
pueden enviar mensajes por celular, pero su mayor locura ha sido
enamorarse de la hija del jefe delegacional.
Abducción
1842,
se aproxima el fin del mundo zarista. ¡Una locura! Una verdadera
tomadura de pelo para la sociedad decimonónica. Rusia se encuentra
en el esplendor de la cultura, la gente acude con tranquilidad al
teatro y se ríe de si misma, por medio de la critica aguda que los
ilustres autores de la época ofrecen en los escenarios de la
metrópoli. En aquel entonces no había cine ni alfombras rojas, si
se quería lucir en sociedad era necesario ir al teatro; acudir a la
ópera de vez en cuando para demostrar el nivel de educación;
escuchar a la sinfónica para mostrar cultura ante la sociedad. Todo
esto era de una imperiosa necesidad, pues el reino estaba plagado de
pobres diablos, sumidos en la miseria, que no tenían otra educación
y otra cultura más que la de sus orígenes étnicos y sus
tradiciones. ¡Qué asco!
A
mediados del siglo XIX, Gogol provocaba en sus lectores fuertes
interrogantes, por ejemplo: los críticos no podían precisar si el
autor se estaba burlando de los locos, o de los nobles.
En
aquel tiempo la censura era enemiga de los escritores; hoy, la
libertad de expresión se ha vuelto aliada de la demagogia; una
paradoja. El fin del mundo trae consigo el comienzo del mundo; la
evolución falla y se genera espontáneamente, el universo cíclico.
El apocalipsis es una fractura en el tiempo, un jardín de no espacio
para apreciar la perfecta similitud entre el origen realista-divino y
el destino modernista-utópico.
La
ciencia, el progreso, el futuro, etc; son palabras que suenan tan
atractivas a los demagogos, como a los locos.
Lobotomía
El
contexto actual es el de un país en el que al poder, más que
asociarsele con la nobleza y la ilustración, se le acusa de bárbaro,
ignorante y pendejo. Un mundo contrario al de la Rusia decimonónica,
al menos desde la percepción pública, pero que produce las mismas
divisiones, carencias y privilegios.
Esta
adaptación parte de la posibilidad de que nuestro mundo esté a
punto de colapsar (toco madera) como lo hizo el zarismo; se construye
a partir de la ridícula sugerencia de que nuestra realidad, libre y
democrática, tenga alguna similitud con el absolutismo del siglo
XIX. Esta es la adaptación de un loco que escucha voces que le
hablan al oído; un simple empleado de un reino donde en lugar de
nobleza, hay democracia; en lugar de amos, hay líderes de izquierda;
hay telefonos inteligentes, derechos humanos, educación pública,
etc.
Nuestro
Peritos, nuestro siervo de outsourcing, se enamora, pero no de
alguien inalcanzable como la hija de un rey, sino de la hija de un
camarada, un demócrata: el jefe delegacional. ¿Será correspondido?
“Diario
de un loco” aborda el tema de la esquizofrenia, antes que la
enfermedad fuera tipificada. Un logro muy valorado por la visión
positivista y su sociedad evolucionada. ¡Qué alguien se adelantara
de ese modo a su época! ¡Sin haber contado siquiera con un
smartphone!
Pero
la obra de Gogol no se centra en pretensiones científicas. El hilo
conductor de su narrativa no tiene nada que ver con la locura. Se
trata de un hombre humilde que ha recibido los beneficios de la
ilustración: sabe leer y escribir, y trabaja para quienes le han
hecho el favor de educarlo. Su fidelidad al amo está en la médula
de los huesos, se considera a si mismo un noble; lee poesía y va al
teatro, como un mico amaestrado. Un buen día, naturalmente, se
enamora. Sólo que el mico ha perdido la dimensión de su cautiverio,
se ha enamorado de la hija del amo. ¡Una verdadera locura! Y la
locura, tal como lo explica Michel Foucault (¡Vaya, otro adelanto!),
es una amenaza al orden. El humilde empleado ha traspasado todos los
límites; ¡qué más da si sólo ha traspasado uno! Se le
sentenciara a la exclusión, al aislamiento y a sufrir la vergüenza
de su irracionalidad, frente el público.
Electrochoques
Las
adaptaciones tradicionales del cuento, suelen presentar, al inicio,
un personaje arrogante y seguro; mismo que, a medida que avanza la
obra, será completamente degradado, quedando, al final,
desmoralizado, vencido por sus propios actos. Como una lección de
extremismo moral.
Por
el contrario, en la presente adaptación se iniciará con un
personaje de carácter sencillo: un indigente, loco, pero simpático;
un neurótico cuyas explosiones de arrogancia sólo vendrán en
momentos de crisis. Conforme la representación avanza, el indigente
irá recuperando un poco de dignidad, al ir arreglando su peinado y
aspecto general, con ropa limpia y elegante. Todo esto sin romper el
significado original del cuento, pues la lógica del texto y los
matices que este produce en la vos del actor, se conservan. Esta
contradicción no estorba a la comprensión del drama, ya que su
naturaleza narrativa ilustra en todo momento el mundo imaginado por
el loco, mientras que las acciones físicas, ejecutadas frente a la
vista de los espectadores, en contrasentido con la linealidad de la
historia, se vuelven ilusiones ópticas, producto de la razón. La
fuerza del texto y la interpretación literal del mismo, contra el
movimiento físico de las acciones humanas, puestas a un mismo
tiempo, sin posibilidad de separación, crean la necesidad en el
público de utilizar una herramienta exclusiva de los filósofos: la
desmembración de la percepción. La necesidad de abrir un paréntesis
entre lo que la realidad nos arroja y lo que tomamos como cierto.
Al
final de la historia, luego de los electrochoques y el chantaje
melodramático, Nikolai Gogol nos invita una reflexión: “¿Sabe
usted que el rey de Argel tiene una berruga bajo la nariz?”. Nos
pone esta última frase y da por terminado el cuento, sugiriendo
acaso que los reyes también pueden ser objeto de burlas, porque su
sangre es roja y “no le va a salir una nariz de oro. La tiene de
carne y hueso, igual que yo y el resto de los mortales”. Por
fortuna para esta adaptación, el actual líder político con mayor
convocatoria popular, tiene una verruga junto a la nariz.
“No
recuerdo la fecha ni el mes. El diablo sabrá que mes era.”