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domingo, 12 de junio de 2011

Amo la melancolía

    Soy víctima del más vil de los masoquismos, pues teniéndole pudor al ardor del látigo, debo conformarme con tormentos débiles que no alcanzan a saturar el presente. 
La nostalgia arrastra su fantasma mustio siempre a mis espaldas, negándose a satisfacer una sola de las imágenes con que se insinúa. 
El deseo pincha mis ojos, revuelve mis pensamientos con sus consejos trillados, pero su piel está hecha de hojas secas que sólo añaden polvo a la frustración. 
Hay una mariposa dormida dentro de mi estomago: debe ser uno de esos ratones viejos que se ocultan en los techos para morir. 
Una vez por semana tomo un laxante. 
otra, un té de hierbabuena. 
Amo la melancolía por su forma de tomarme el pelo; por su manipulación de vieja bruja costeña, haciéndome creer que está pasando algo.
Odio a la melancolía por su forma de tomarme el pelo; por su manipulación de vieja bruja costeña, haciéndome creer que está pasando algo. 
Extraño la melancolía. 
Estoy harto de ella y sus gimoteos infantiles. 
Cambio mi melancolía por una credencial de elector o cualquiera de esas cosas inútiles que saben guardar silencio y mantenerse dentro del margen de su inutilidad. 
Razón, devuélveme a dios para ser insignificante, el liberalismo para ser arrogante, el socialismo para matar. 
Regrésame mi barco de papel.

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