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domingo, 8 de mayo de 2011

TU FANTASMA

Personajes:

Miguel
Gulmaro
María
Cevero
Justo

Escenario:

La sierra
FANTASMAS

Miguel.- (off) Por que ya no quería sentir más dolor…
Se escuchan balazos, gritos de gente que cae y ordenes militares, pausa.

Entra Gulmaro acechando, Miguel lo sorprende.
Miguel.- ¡Quieto! ¡No te muevas! Muéstrame las manos.
Gulmaro.- ¿Por qué?
Miguel.- Porque te mato.
Gulmaro.- ¿Por qué?
Miguel le da con la cacha de la metralla. Gulmaro cae al suelo.
Miguel.- Por eso.
Gulmaro.- No creo, no se me hace bien.
Miguel.- Pinches indios mal paridos; almas mendigas. Por eso nunca van a salir de la mugre en que viven, porque tienen mierda en el cerebro.
Gulmaro trata de incorporarse, lo regresa de una patada.
Miguel.- ¿Ves? Son como mulas, igualitos todos: parece que los cagó una vaca. ¿Qué más da si les pegan un tiro?
Gulmaro.- Miguel...
Miguel.- ¿Quién eres? Quítatelo. Quítate el pasamontañas... ¡Qué te lo quites!
Lo golpea con la cacha de la metralleta fulminándolo, le quita el pasamontañas.
Miguel.- Gulmaro... Ahora andas de alzado... Te hubiera tronado antes de quitarte el pasamontañas.
Miguel le amarra las muñecas a Gulmaro. Se quita las botas para revisarse la pantorrilla de alguna herida o un moretón.
Justo off.- ¿Cómo andas Tocado?
Miguel.- Todo sereno.
Justo off.- ¿No oíste unos ruidos ahorita?
Miguel.- No negativo.
Justo off.- ¿Ya te estás sobando la pinche pantorrilla?
Miguel.- No.
Justo off.- Ráscatela si quieres un rato, aquí vamos a estar hasta que venga la camioneta… ¿Me oíste?
Miguel.- Afirmativo.
Justo off.- Nada más no te vayas a empezar a pirar tú solito… Atento.
Miguel.- Atento.
Pausa. Gulmaro reacciona.
Gulmaro.- Miguel…
Miguel.- ¿Te crees revolucionario?
Gulmaro.- María te dejó un recado. El día que se fue de tu casa me encargó que te lo dijera...
Miguel.- ¿Por qué no traes fusil? ¿Te lo vendían tan caro que no te alcanzó para comprarlo?
Gulmaro.- Se fue porque pensó que tú estabas molesto con ella. Me insistió que te dijera que te amaba; nunca pude pasarte el recado, pero a ella le importaba mucho.
Miguel.- ¿No sabes que su dizque comandante recibe dinero del gobierno? Una cuota mensual, para seguir alborotando indios.
Gulmaro.- Te esperó todo este tiempo sin respuesta.
Miguel.- ¿Por qué mejor no se ponen a trabajar, en lugar de estar pidiendo que otros les solucionen los problemas?
Gulmaro.- ¿Por qué no me contestas Miguel?
Miguel.- No sé de qué me hablas. No conocí a ninguna puta María.

Cambio de atmósfera.
María.-(limpiándose las lagrimas) Hola guapo. ¿No hablas? ¿Quieres bailar?
Miguel.- No sé.
María.- Yo te enseño.
Miguel.- No.
María.- ¿Por qué no me invitas una copa?
Miguel.- No traigo dinero.
María.- ¿Cuánto traes?
Miguel.- Veinte pesos.
María.- Ven… ¿Tienes muchas ganas? (se saca los calzones). Ven (lo besa), bájate los pantalones… A ver pues, te ayudo… Si ya estas listo; yo creí que te iba a tener que ayudar (abre las piernas). ¿Qué pasa?
Miguel.- Es que...
María.-(toma su mano y la lleva a su pecho) Tranquilo, tócame las nalgas; eso, así. Ahora súbeme la falda, no te pongas nervioso. ¿Por donde andas que no le atinas…? ¿Qué pasó; tan pronto? (lo besa). Te falta práctica, si quieres luego te doy unas clasecitas. Espérame tantito, voy a conseguir algo para limpiarnos.
Miguel.- Toma.
María.- ¿Qué pasó? A los que se quedan fuera no se les cobra hospedaje (lo limpia). Ni me has dicho tu nombre, ¿cómo te llamas?
Miguel.- Miguel.
María.- Eres de pocas palabras ¿Verdad Miguel? Yo me llamo María.
Miguel.- Mucho gusto.
María.- Y ahorita que vas a hacer, ¿o qué?
Miguel.- Me voy pa’ mi pueblo.
María.- ¿Qué, así eres para todo? No seas así, invítame a comer que no tengo dinero. O qué, ¿te caigo mal?
Miguel.- No (sonríe). Si quieres vamos.
María.- Ah, mira que bonita sonrisa. Te voy a llevar a unos caldos bien baratos que venden acá abajo, adelante del canal.
Miguel.- ¿Por donde?
María.- Tú síguele caminando, yo te aviso cuando hayamos llegado… ¡Córrele!
Miguel.- ¿Por qué?
María.- Ahorita te digo… aquí métete. No te espantes, nadie nos vio. Perdón, nada más quería pasar sin que nos viera alguien. ¿Te cansaste?
Miguel.- No.
María.- Oye Miguel, tú… ¿Tienes mujer?
Miguel.- No.
María.- Es que, yo ya estoy vieja para seguir trabajando. Vamos caminando y te platico.
Miguel.- ¿Y los caldos?
María.- ¡Chin! Era pa’l otro lado. No importa, ahorita nos encontramos otra cosa allá adelante. ¿Qué te iba a decir? Ha si. ¿No quieres que sea tu mujer?
Miguel.- ¿Mi mujer?
María.- No te tienes que casar conmigo ni nada, nada más llévame a vivir contigo y yo te puedo lavar y hacer de comer y lo que quieras te hago.
Miguel.- Pero, ¿tú no eres…?
María.- Yo ya no tengo nada que hacer aquí. Si quieres vámonos juntos, pero antes que se de cuenta mi patrón; llévame donde no me encuentren estos cabrones. Contéstame nada más: ¿si o no?
Miguel.- A buen paso, podemos llegar al pueblo mañana a las seis de la tarde.
María.- Vas a ver que te va a convenir, yo sé hacer un montón de cosas de casa; me gustan mucho las plantas. ¿A ti te gustan las plantas?
Miguel.- Para arriba…
María.- ¿Cómo?
Miguel.- Es para arriba el camino.
María.- Ahí voy… Yo no estoy acostumbrada a caminar tan rápido. ¿Y si nos quedamos aquí a dormir? Mira que bonitas estrellas.
Miguel.- Voy a conseguir agua.
María.- No, quédate. Me aguanto hasta mañana. Platícame algo.
Miguel.- ¿Qué?
María.- ¿Cómo te hiciste esa cicatriz en la pantorrilla?
Miguel.- Desde niño me enseñaron a no llorar.
María.- ¿Cómo?
Miguel.- Tenías que voltear la cara para que nadie te viera, pero como siempre hay alguien mirándote, tenías que voltear la cara hacia dentro de ti. Luego se te hace fácil ocultarte la cara, guardarte las lagrimas para después tirarlas en un paraje desierto. Y se te va haciendo vicio; hasta que no sabes hace cuanto que no lloras; cuando te acuerdas tienes guardada ahí una llaga; la cierras pensando que la vas a abrir luego, cuando sane un poco…
María.- ¿Dónde vas?
Miguel.- Al pueblo.
Miguel se echa a andar y maría lo sigue. Elipsis.
María.- Ahí voy, espérame. ¿Dónde?
Miguel.- Aquí.
María.- Pero… ¿Dónde está el pueblo?
Miguel.- Escóndete, viene alguien… Gulmaro.
Gulmaro.- ¿Que pasó? ¿Con quien vienes?
Miguel.- Necesito que me hagas un favor.
Gulmaro.- No tengo dinero.
Miguel.- Nada más déjame quedarme unos días en tu granero. Me voy a poner a trabajar con los guardias de la hacienda y luego-luego me voy pa’ otro lado.
Gulmaro.- No hay problema con el granero, ya sabes que no lo ocupamos, pero le vas a tener que componer el techo; ya vienen las lluvias.
Miguel.- Gracias.
Gulmaro.- ¿Por qué mejor no te pones a trabajar con la gente del pueblo?
Miguel.- Porque no me quieren.
Gulmaro.- Ya sabes lo que dicen de los caciques.
Miguel.- Nada peor de lo que dicen de mí.
María.- Buenas tardes.
Gulmaro.- ¿Tienen que comer?
Miguel.- Si.
Maria.- A Miguel le gusta cazar, pero se lo agradecemos. Yo me llamo María.
María le ofrece la mano a Gulmaro, este duda. Tocan sus dedos levemente y Gulmaro se aleja.
Gulmaro.- Yo me tengo que ir. Después platicamos Miguel (sale).
Miguel.- Vamos.
María.- Ya vi donde es. Si quieres tu ve a ver lo del trabajo.
Miguel.- No le abras a nadie. Si me tardo te comes las tortillas.
María.- Que te vaya bien…
María sale. Entran capataces.
Cevero.- ¿Cómo ves a este indio Justo?
Justo.- ¿Qué trae?
Cevero.- Dice que quiere trabajo.
Miguel.- Me dijeron que andaban agarrando gente.
Justo.- De que agarramos gente, agarramos gente. No’más que luego a la gente no le gusta como la agarramos. ¿Verdá tú?
Miguel.- Quiero trabajar.
Justo.- ¿Tenemos algo para este?
Cevero.- Pos no creo. ¿Qué sabes hacer?
Miguel.- Limpiar.
Cevero.- ¿Qué más?
Justo.- Ya tenemos quien limpie; lo que nos hace falta es quien se quiera ensuciar.
Miguel.- Aprendo lo que sea.
Justo.- ¿A ver, puedes usar una de estas? Tranquilo, no muerde.
Cevero.- Vente. Ahorita vamos a ver si tienes muchas ganas de trabajar.
Justo.- Ya te salió la oportunidad pinche macuarro. No te me vayas a apendejar.
Miguel.- ¿A dónde vamos?
Cevero.- Aquí mero. Este es el trabajo.
Justo.- Toma.
Miguel.- No tomo.
Justo.- No mames. ¿Cuándo has visto un indio que no le entre?
Miguel.- Mi papá se murió de eso.
Justo.- Oi tú. ¡Pinches almas mendigas! Los indios no tienen padre.
Cevero.- Vas.
Miguel.- ¿Qué?
Cevero.- Ve a echar unos tiros a esa choza.
Miguel.- ¿Para que?
Cevero.- Nada más.
Justo.- Pues ya si quieres, te traes la gallina.
Miguel.- Es que…
Cevero.- ¿Quieres el pinche trabajo o que chingados?
Miguel.- No sé disparar.
Cevero.- Ayúdale a este pendejo.
Justo.- Vamos.
Salen Justo y Miguel, se escuchan disparos desde afuera.
Justo.- ¡No se metan con los evangelistas!
Regresan Justo y Miguel.
Cevero.- Tómale.
Justo.- ¿No que no? Presta acá, que tú no la pagaste.
Cevero.- Déjasela, ya va a tener para pagar.
Salen todos.

Entra maría con ropa para lavar, luego entra Gulmaro.
Gulmaro.- Buenas tardes. ¿Está Miguel?
María.- Híjole, pues regresa muy tarde. Pero, ¿en que le puedo servir?
Gulmaro.- Tengo que hablar con él. Gracias.
Gulmaro pretende retirarse; María lo alcanza.
María.- De verdad le agradezco que nos haya ayudado. Yo sé que usted no confía en mí, pero déjeme al menos ofrecerle esto.
Gulmaro.- No, gracias.
María.- Ándele, acéptemelo. Aunque después vaya y lo tire por el camino.
Gulmaro.- Esta bien, gracias.
María.- Que le vaya bien.
Gulmaro se aleja, se encuentra con Miguel.
Gulmaro.- Miguel; que bueno que te encuentro...
Miguel.- Ya te voy a regresar tu pinche granero. Me voy a ir pa’l pueblo.
Gulmaro.- Estas borracho.
Miguel.- Muy mi dinero.
Gulmaro.- Estas loco.
Miguel.- Tú pendejo.
Gulmaro sale. Miguel se acerca a María.
Miguel.- Se siente bien bonito que le hable a uno la mujer. Yo nunca había tenido una; es como una caricia que te sumerge, te adormece.
Miguel trata de poseerla, ella se zafa.
María.- No seas idiota. ¡Déjame!
Miguel.- ¡Hija de la chingada!
María.- Ya, ya; por favor. No me pegues. No.
Miguel.- Perdón. No llores. No quería pegarte; es que me hiciste enojar.
María.- Perdóname. Ya no me pegues por favor. Me siento muy mal cuando me pegan.
Miguel.- ¡No, no! Yo no te tenía que pegar. Soy un pendejo. Perdóname tú. Yo sé lo que se siente; yo sé lo que sientes. Me equivoqué contigo. No me tengas miedo, por favor.
María.- Te creo, es que estoy nerviosa.
Miguel.- Piensas que soy un hijo de la chingada, no lo puedes evitar. Lo mismo pensaba yo de mi papá… Si me perdonas te prometo que voy a cambiar, voy a demostrarle al mundo que soy capaz de cualquier cosa, voy a tener dinero y todos me van a respetar. Nunca me había decidido, pero lo voy a hacer por ti; de verdad. Dime qué quieres.
María.- Ya no me pegues.
Miguel.- No. Te lo juro… María.
María.- ¿Qué?
Miguel.- Nada.
María.- Nunca me dijiste como te hiciste la cicatriz. ¿Me la enseñas?
Miguel.- ¿Sabes qué? Cuando las cosas van bien puedes voltear poco a poco hacia tu corazón y te ves como un mar abierto, y te dan ganas de cruzar ese mar al vuelo hasta encontrarte cuando eras niño y abrazarte.
María.- Yo no me acuerdo cuando dejé de ser niña… Me quedé con las ganas de ir a la primaria.
Pausa, otra atmósfera. María salta por el escenario como si jugara “avión”.
María.- 1,2,3 rojo. A,B,C azul.
Entran dos hombres, se acercan a María y la examinan con la mirada.
Cevero.- Esta es.
Justo.- No mames. Todavía le falta.
Cevero.- Así les gustan a esos cabrones.
Justo.- Yo creí que decían de una más grandecita. ¿Cuántos tiene, siete?
María.- Mamá…
Cevero.- Órale güey, agárrala ya; deja de estar de hocicón.
Justo.- Tranquila, no te vamos a hacer nada.
Cevero.- Ya te chingaste.
La agarran y le tapan la boca, ella se resiste.
Justo.- Está muy tiernita.
Cevero.- Si, ¿Cuál es el problema?
Justo.- Me vas a tener que dar más dinero.
Cevero.- Al rato vemos. Apúrate.
Justo.- Tranquila chiquita…
Cevero.- ¡O te estás o te pongo un madrazo!

EL APESTADO

Miguel.- Métete entre esos arbustos, rápido. No hagas ruido.
Gulmaro.- ¿Quiénes son...? ¡Malditos!
Miguel.- ¡Cállate! Si te ven te truenan enseguida.
Gulmaro.- ¿Y tú qué? ¿Tú me truenas más despacio?
Miguel.- Cállate o te callo. Estos son asesinos.
Gulmaro.- Eso son.
Miguel.- Si quisiera matarte lo hubiera hecho hace años, no es la primera vez que te perdono.
Gulmaro.- Me perdonaste; que bondadoso.
Miguel.- Tú también traes fusil. ¿Es para jugar?
Gulmaro.- ¿Tú qué eres?
Miguel.- Soy militar.
Gulmaro.- No traes ninguna insignia.
Miguel.- Te vale madres.
Gulmaro.- ¡Que fácil te olvidaste de tu raza!
Miguel.- No sé de qué me hablas.
Gulmaro.- De ti; de tu pasado.
Miguel.- Yo no te conozco. ¡Cállate ya!

Cambio de atmósfera.
Cevero.- ¡Miguel! ¿Con quién hablas escuincle? ¡Ya te oí! Mejor no te escondas porque te va peor. ¿Qué pasó con la botella que te pedí? Ahora si te voy a chingar cabroncito.
Miguel se va encogiendo sobre si mismo. Papá recoge una tabla del piso.
Cevero.- ¡Pinche cruda de mierda! ¡Miguel! Mejor sal, porque te va peor. Te hablo. ¡Contesta escuincle! ¿Qué traes? ¿Qué me miras? No me digas que ya se te esta quitando lo mariquita. Aunque me veas así, soy tu papá. Eres el hijo del borracho, del apestoso. ¿Crees que eres mejor que yo? Eres un apestado, como tu padre; nacimos con eso. ¡No me mires así escuincle!
Miguel.- No papá. No me pegue con el clavo. ¡Con el clavo no!
Cevero.- No llores pendejo; no seas marica. No importa cuanto te duela: nunca llores. Aprende a ser hombre.

Cambio de atmósfera.
Gulmaro.- ¿Qué tanto te sobas esa pierna? Ni tienes nada. ¿A ver? Es una cicatriz; ya esta sana… ¿Me perdonas? Yo te tuve que acusar porque sino me iban a pegar a mi… Ya contéstame.
Miguel se hecha a andar; Gulmaro va detrás de él
Miguel.- Lloro sin lágrimas para que nadie se burle de mí. Luego hay que buscar un paraje desierto y echar fuera las penas antes que se pudran dentro.
Gulmaro.-Si me esperas atrás de mi casa, le robo unos panes a mi mamá.
Miguel.- Mejor échame aguas.
Gulmaro se detiene tras una seña de Miguel, quien avanza hasta una caja con huevos.
Gulmaro.- Apúrate; no vayan a venir.
Miguel roba unos huevos.
Miguel.- ¡Córrele!
Gulmaro.- Ya mero nos cachan.
Miguel.- Ni cuenta se dieron.
Gulmaro.- Ya iban a salir. Yo creo que nos vieron corriendo.
Miguel.- Antes que nos agarren...
Miguel sorbe los huevos por un hoyo en el cascarón.
Miguel.- ¿Vamos por más huevos?
Gulmaro.- Ve tú; yo voy a conseguir pan. Te veo atrás de mi casa.
Gulmaro sale. Entra campesino.
Justo.- Ya sabía que eras tú, escuincle. Nomás te quería agarrar para ponerte una chinga; a ver si así se te quita lo mañoso.
Le tira varios cinturonazos y Miguel los esquiva. Acierta uno.
Miguel.- No me duele, no me duele. ¡Pinche viejo maricón!
Justo.- Deja que te agarre y te voy a quitar lo pendejo.
Miguel se escabulle, corre hasta perder al campesino.
Justo.- Florentino, ¡Florentino!
Cevero.- ¡Puta! ¿Qué hora es? ¡Miguel!
Justo.- Florentino.
Cevero.- ¿Qué chingados quieres?
Justo.- Tu escuincle se robó unos huevos de mi corral. Voy a necesitar que me los pagues.
Cevero.- Cóbrate del marrano que te di.
Justo.- Ese trato ya estaba hecho.
Cevero.- Un mezcal no vale un marrano.
Justo.- Ya habíamos quedado.
Cevero.- Estaba pedo.
Justo.- Yo ya no puedo...
Cevero.- Yo tampoco.
Justo.- Ponle atención a ese escuincle.
Sale campesino.
Cevero.- ¿Dónde estás?
Miguel.- Aquí.
Cevero.- Pásame las pinzas para arrancarme está pinche uña… Si no te sirve el brazo derecho, arráncatelo.
Miguel.- Tienes sangre.
Papá.- En esta vida hay dos clases de hombres: los chingones y los pendejos. Y a los pendejos se los lleva la chingada. ¿Ya comiste?
Miguel.- Si.
Papá.- Bueno.
Sale papá.
Miguel.- Con el tiempo me fui sintiendo más solo. Las penas llegaban solas y se me hizo vicio guardármelas, nomás que luego se me olvidó sacarlas y cuando se me ocurrió voltear pa´ dentro, ya tenía una llaga bien podrida ahí.
Gulmaro.- Ya no me voy a poder juntar contigo.
Miguel.- ¿Por qué?
Gulmaro.- Mi papá me dijo que me voy a volver igual que tú.
Miguel.- Mándalo a la chingada.
Gulmaro.- Yo si quiero a mi papá Miguel… Si me ves en el pueblo, ni me saludes.
POR QUE NO QUERÍA SENTIR MÁS DOLOR

Miguel.- Si. Ya me acordé de ti.
Gulmaro.- Yo sé que estuvo difícil lo que te tocó vivir.
Miguel.- ¿Si sabes?
Gulmaro.- Aunque no lo creas, hay otros que también sufrieron y puede que hasta más que tú.
Miguel.- Yo no sufrí nada.
Gulmaro.- Estás del lado equivocado.
Miguel.- ¿Cuál es mi lado?
Gulmaro.- El destino de los indios es alzarnos; no lo escogimos…
Miguel.- Esas son las pendejadas que le metiste a María en la cabeza, para después acostarte con ella.
Gulmaro.- ¿Y que tal que fue al revés? A lo mejor ella me convenció de que me juntara con los de la teología.
Miguel.- Hija de la chingada…

Cambio de atmósfera.
Gulmaro.- ¿Vienes a la iglesia?
María.- Si.
Gulmaro.- ¿Por qué vienes aquí?
María.- Nunca pude ir a la escuela. Es como hacer algo que siempre quise.
Gulmaro.- Pero, ¿tú no eres…?
María.- ¿La mujer de Miguel? ¿Qué tiene? La iglesia es para todos.
Gulmaro.- Miguel anda en otra iglesia.
María.- Nada más trabaja con ellos.
Gulmaro.- Si.
María.- Yo he hablado con él, pero es muy necio. Lo que pasa es que está dolido por varias cosas que le hicieron, pero le tiene confianza a usted. A lo mejor entre los dos lo podemos convencer de que se olvide de esas cosas.
Gulmaro.- Quien sabe si los demás se quieran olvidar de lo que ha estado haciendo con los evangelistas.
María.- Todos podemos perdonarnos si queremos, sino ¿de que sirve todo lo que aprendemos aquí?
Gulmaro.- Pues yo lo veo difícil.
María.- No hay que perder la fe. Hasta luego.
Gulmaro.- Maria… Perdón, ¿te puedo acompañar?
Maria.- Si, claro.
Salen María y Gulmaro. Entra Miguel.
Miguel.- María, ¡María!
María.-(off) Estoy aquí; afuera.
Miguel.- Pensé que te habías ido.
María.- ¿Dónde?
Miguel.- ¿Qué haces aquí afuera?
María.- Me acorde de cuando nos quedamos a dormir en el campo. ¿Te acuerdas de esas estrellas? Parece que hoy fueran las mismas.
Miguel.- Se ven más porque no hay luz.
María.- ¿Dónde dormías antes de conocerme?
Miguel.- En una cueva; por donde esta el manantial.
María.- Llévame. Quiero quedarme a mirar las estrellas contigo.
Miguel.- No puedo.
María.- El otro día me dijiste que te pidiera lo que quisiera. Quiero que nos quedemos en el campo a ver las estrellas, como cuando nos conocimos. ¡Quiero que nos vallamos lejos, donde nadie nos conozca!
Miguel.- Otro día lo hacemos. Tengo que hacer un trabajo.
María.- ¿Te vas a ir?
Miguel.- Al rato.
María.- Abrázame entonces tantito.
Miguel.- ¿Dónde fuiste hace rato?
Maria.- Tienes el olor de la tierra.
Miguel.- Te vine a buscar y no estabas.
María.- Me gusta ese aroma, porque así olías cuando te conocí.
Miguel.- No me gusta que estés yendo a la iglesia.
María.- Es tu verdadero aroma.
Miguel.- ¿Qué hacías ahí?
María.- Hueles como la gente de tu pueblo.
Miguel.- Son unos pobres ilusos que dan lástima.
María.- Es bueno sentir lástima, pero también deberías tener compasión de ti mismo.
Miguel.- No creo.
María.- ¿Nadie te enseño a amarte?
Miguel.- Nada más los putos tienen compasión de si mismos.
María.- Conocí muchos hombres como tú y sé perfectamente de que pié cojean. A todos tachan de maricones para ocultar su propia cobardía.
Miguel.- ¿Alguna vez escuchaste detrás las voces de la gente diciéndote que te largaras? ¿Las personas a quienes querías conocer te mandaron decir que te fueras porque les dabas asco? ¿Todos los que les diste tu confianza se juntaron para alejarse de ti?
María.- Miguel, las cosas no nada más son de un modo; todos cometemos errores. Y a veces también nos sentimos como tú dices.
Miguel.- Las cosas sólo se ven del modo en que te las arrojan a la cara. Pinche María, ya eres de esos que creen que lo saben todo; quisiera que pudieras ver por mis ojos. Para saber, se necesita ver; no nada más escuchar discursos.
María.- Yo era una puta.
Miguel.- Todavía lo eres.
Miguel sale.
María.- Espera... ¿Cuándo me llevas a conocer la cueva?
Pausa. Entra Gulmaro.
Gulmaro.- Buenas noches.
María.- Miguel no está.
Gulmaro.- No vengo a buscarlo a él.
María.- ¿Qué quiere?
Gulmaro.- Hablar contigo.
María.- Ahorita estoy muy ocupada.
Gulmaro.- Hace tiempo quiero decirte algo.
María.- Guárdatelo. No quiero saberlo.
Gulmaro.- ¿Por qué? El ni siquiera te pone atención. Anda embriagándose con prostitutas.
María.- Es su trabajo.
Gulmaro.- ¡Déjalo! Nunca va a pensar como tú; ya tiene su camino bien trazado.
María.- No puedo.
Gulmaro.- ¿Te tiene amenazada?
María.- Lo amo.
Gulmaro.- Un amor se quita con otro más fuerte
María.- No Gulmaro.
Gulmaro.- Yo llego hasta donde tú quieras.
María.- Espérate...
Gulmaro.- Eres muy bonita; no sé como lo había dudado.
María.- No...
Gulmaro.- Hace mucho que deseaba esto. Te he mirado desde que nos presentaron y no podía evitar tus pechos. Me he soñado acá dentro, como una fiebre que me persigue por los días y las noches. Te he tocado durante las platicas en la iglesia, con la sola mirada, pero no pude imaginar esta firmeza. Tus muslos son casi de madera.
María.- Apúrate ya, nos va a agarrar…
Gulmaro.- María, tú no eres fea; al contrario. Por acá no hay mujeres como tú. Que sepan hablar, que se hagan entender. Y tus gestos; me gusta tu mirada, la forma en que miras cuando hablas; como caminas.
María.- Así, así. No te detengas. Metete hasta dentro.
Gulmaro.- Ni siquiera me importaban los asuntos de la iglesia y de la liberación, hasta que los escuché de tu boca, porque lo dices y se me queda en la cabeza durante días y no me deja tranquilo hasta que te veo de nuevo y no sé si sean tus palabras o seas tú lo que me tranquiliza. ¿Sabes como me siento a veces? Como embrujado; como esos que andan todos idiotas por el toloache, pero yo no ando idiota; ando bien despierto y no me puedo sacar el embrujo porque yo solo me lo clavé para que no se me fueran a quitar las ganas de tenerte.
María.- Duro, más duro. Déjame sentirte todo.
Gulmaro.- ¿Qué me haces, cómo lo logras?
María.- Apriétame...

Entra Miguel, ya está muy borracho, encuentra a Gulmaro saliendo de casa.
Miguel.- Buenas noches. ¿Llevas mucha prisa? (Gulmaro sale) Pendejo.
Miguel trata de abraza a María y ella lo rechaza.
María.- He visto que andas muy pegadito con los capataces.
Miguel.- Ya voy a ser capataz.
María.- Miguel, los capataces no nomás trabajan pa’ la hacienda. Andan haciendo suciedad y media pa’l patrón con tal de ganarse unos pesos más.
Miguel.- ¿A, si? ¿Cómo qué?
María.- Tienen amenazados a los cafetaleros para pagarles lo que quieren por sus cosechas y algunos hasta los obligan a sembrar marihuana.
Miguel.- Ya me habían dicho.
María.- ¿Y por qué no te les apartas?
Miguel.- Porque ya me cansé de estar jodido.
María.- Pues también dicen que andan matando a los campesinos que no les obedecen y que aquellos ya se están organizando para lincharlos.
Miguel.- ¿Para linchar a quién? ¿A los campesinos?
María.- No. Van a linchar a los capataces, las familias de los campesinos que mataron.
Miguel.- ¿A los capataces? No digas pendejadas.
María.- Nosotros no necesitamos mucho. Si te molesta el trabajo del rastro, déjalo; no te vayas a meter en problemas. Diles que ya no puedes ir a sus trabajitos por las noches.
Miguel.- Ni te imaginas lo bien que me esta yendo. ¿De dónde sacas tanta pendejada?
María.- Todo mundo se da cuenta; si se la pasan borrachos molestando a la gente. Hasta tu amigo Gulmaro me dijo que le buscaron bronca.
Miguel.- ¿Tú por qué andas escuchando a ese indio?
María.- Todos somos indios; el nomás quiere tu bien.
Miguel.- No María, yo no soy igual que estos muertos de hambre. Puede que le tenga que tirar un balazo a alguno. ¿Por qué me habría de detener? No les tengo miedo ni creo que se atrevan a disparar una pistola.
María le da una bofetada, Miguel le contesta con un golpe que la hace rodar por el suelo.
María.- Ya, por favor, ya. Ya.
Miguel.- Pendeja.
Gulmaro.- ¡María!
Miguel.- ¿Qué quieres?
María.- Vete Gulmaro.
Miguel.- ¿Qué traes?
Gulmaro.- Déjala.
María.- Estoy bien Gulmaro.
Gulmaro.- ¿Segura?
María.- Si, no te preocupes.
Miguel.- ¿No oíste que te fueras?
Gulmaro.- ¿Para que le pegues?
Miguel.- Para lo que se me antoje; es mi vieja.
Gulmaro.- Suéltala.
María.- Espérate…
Miguel.- Chinga tu madre.
Gulmaro.- Ya estuvo cabrón, tranquilo.
Miguel.- ¡Suéltame!
Gulmaro.- ¡Tranquilo!
María.- Lo vas a ahorcar.
Miguel.- María…
María.- Ya suéltalo.
Miguel.- Perdóname María, soy un pendejo (llora).
María.- Estás borracho.
Miguel.- Soy un hijo de la chingada.
María.- Duérmete.
Miguel.- Perdóname…
María.- Si.
Gulmaro.- María…
María.- Ya vete.
Miguel.- Pinche Gulmaro (ríe), no estás tan perdido…
María.- Ya Miguel…
Miguel.- Saliste más cabrón que bonito.
María.- Cálmate.
Miguel.- Quítate pendeja.
María.- ¡No!
Gulmaro.- Te lo advertí hijo de la chingada.
Miguel.- Me pelas la verga.
Gulmaro.- Con María no te vuelves a meter porque te parto la madre. ¿Entendiste? ¡¿Entendiste?! Ya estuvo.
María.- Déjalo Gulmaro, lo vas a matar.
Gulmaro.- Ya estuvo…
María.- Déjalo ya. ¿No ves que no se mueve? ¿Qué le hiciste?
Gulmaro.- No sé…
María.- ¿Qué te pasa? ¡Miguel! ¿Qué le hiciste?
Gulmaro.- Se quedó dormido.
Pausa, María reacciona repentinamente, haciendo un bulto de ropa.
Gulmaro.- ¿Qué haces?
María.- Dile que no se preocupe por mí, que yo lo voy a esperar el día que el me quiera ver.
Gulmaro.- ¿A dónde vas?
María.- No sé. Voy a esperar a que se le evapore el odio; voy a alejarme mientras se empareja conmigo.
Gulmaro.- No te quiere. ¿No ves que está loco? Así ha sido desde niño; sólo sabe crearle problemas a todo el mundo.
María.- Cuando Miguel apareció en mi vida, yo ya no tenía esperanzas. Lo que él me ofreció nadie se atrevió a mencionarlo.
Gulmaro.- Ya no sólo es el alcohol. Anda metido en lo de las guardias blancas.
María.- Anda herido, no puede perdonarme que le lleve tanta ventaja. Me voy a apartar para que pueda andar con todas las que quiera, pero no quiero que piense que me fui porque no lo quiero. Después de todo lo que ha sufrido y ahora va a pensar que yo también lo abandoné. Dile que no es cierto, dile que puede andar con las putas que quiera hasta que se empareje conmigo; que yo lo voy a esperar. Díselo por favor Gulmaro.
María sale. Pausa. Miguel despierta aún alcoholizado
Miguel.- Ya se me volvió a abrir la pinche herida. Si ya se había sanado. ¡María, María!
Gulmaro.- Se fue.
Miguel.- A fin de cuentas lo hizo. ¿Para qué la quiero? Como si nunca hubiera estado.
Gulmaro.- Miguel...
Miguel.- Mejor andar solo como perro; como un pinche perro comiendo carroña (Intenta levantarse y se cae).
Gulmaro.- Miguel...
Miguel.- Íbamos a ir a cazar conejo; le iba a enseñar la cueva donde dormía cuando no tenía casa.
Gulmaro.- Yo era la única persona que conocía en el pueblo...
Miguel.- ¡Lárgate de mi casa! Pinche indio de mierda.
Pausa.
Gulmaro.- Dijo que te va a esperar hasta que te emparejes con ella.

NO ME DUELE

Justo off.- ¿Qué pasa allá abajo tocado?
Miguel.- Nada, todo sereno.
Justo off.- ¿Estás hablando solo o qué?
Miguel.- Si.
Justo off.- ¿Si? Ya ni la chingas; estás bien tocado… ve terminando de espulgarte la pantorrilla, ya mero nos vamos. Atento.
Miguel.- Atento… ¿Por qué nunca me pasaste ese recado?
Gulmaro.- Si te lo pasé.
Miguel.- Lo estás inventando para que te deje ir.
Gulmaro.- Ya no te conviene dejarme ir.
Miguel.- ¿Dónde esta Maria?
Gulmaro.- ¿Sigues trabajando con los caciques o con los narcos, o te uniste al ejército? ¿Por qué no te dieron ninguna insignia?
Miguel.- Quiero verla, a ver que me dice. Nada más quiero que me explique a ver si es cierto lo que me contaste.
Gulmaro.- Es igual, aquí el ejército no necesita venir. Cada quien se hace justicia por propia mano. Y el que no sabe, le paga a alguien pa’ que se la haga.
Miguel.- Ella ha de querer verme. Según tú lleva cuatro años esperándome; te habrá mandado para que me dijeras donde encontrarla. ¿Dónde vive?
Gulmaro.- Como los paramilitares que anduvieron por acá la otra noche, por una cuenta muy grande y de paso poner sobre aviso a los que quisieran unirse a los rebeldes. Nomás que se equivocaron, en esa choza no había ningún rebelde; había puras mujeres y niños; se reunían ahí para rezar desde que el conflicto se puso más duro.
Miguel.- Si mis superiores llegan te van a querer chingar, mejor vamos agarrando camino. Tú por delante, no sea que me quieras madrugar.
Miguel empuja a Gulmaro; caminan un tramo.
Miguel.- Por ahí no; por allá esta el campamento, búscate otro camino. Si lo que me dice María me convence, puede que hasta te perdone la vida, apúrate.
Gulmaro.- No creo que se hayan confundido, ponían veladoras, estaban rezando. Te podías dar cuenta de que eran mujeres y niños al escuchar sus voces; te podías dar cuenta que no eran rebeldes armados.
Miguel.- Párate. Este camino lo conozco. ¿Adónde me llevas? Este es el camino para Acteal, ¿María vive en Acteal? Que te pares te digo. ¡Espérate con una chingada!
Miguel corre; Gulmaro lo sorprende, lo somete.
Gulmaro.- Le dispararon a unas personas que estaban en una choza. Se ve que estaban bien entrenados, los fulminaron en cinco minutos con ráfagas de metralla.
Miguel.- No sé de que hablas.
Gulmaro.- Pues con eso que a ti no te gusta verle la cara a quien le disparas, tal vez no te fijaste quien estaba ahí.
Miguel.- ¿Quién estaba?
Gulmaro.- La mayoría eran mujeres y niños. Había mujeres embarazadas, a esas las remataron en la panza.
Miguel.- Yo no estuve ahí.
Gulmaro.- En esa choza estaba María; le metieron un balazo en medio de la frente para rematarla; tenía entre los brazos un niño como con cinco balas de metralla. Dicen que fue un pleito de tierra; dicen que fue un grupo llamado Paz y justicia. Me fui a buscarlos, no andaba tan lejos, ya mero llego a su campamento, pero sólo pude agarrar a uno.
Miguel.- No es cierto.
Gulmaro.- Eran indios todos, igual que tú.
Miguel.- Mentira, es otra de tus mentiras.
Gulmaro.- Traicionaste a tu raza, a tus hermanos. Los asesinaste; todo por el miedo que tienes de verte a ti mismo.
Miguel.- Están así por huevones, quieren que el gobierno les regale todo. Tienen rencor. Quieren vengarse por ser indios; por su pinche suerte de perros sin dueño.
Gulmaro.- Te volvió loco la ambición, el odio, el hambre.
Miguel.- ¡Cállate! ¡Cállate!
Forcejean, Miguel le da un tiro a Gulmaro.

Cambio de atmósfera.
María.- Estábamos rezando el rosario, escuche pisadas fuera, pero no les di importancia. Fue muy rápido. El ruido me sorprendió, creí que se había soltado el aguacero, pero sabía que no era eso. Yo nada más pensé en mi niña, ni siquiera me despedí de las señoras. Entonces tronó la veladora que traía en las manos; toda la cera se regó, los vidrios salieron disparados, sentí que me quemaba el brazo y luego también en la espalda. Se me enterraron por todo el costado. Ya ni me pude echar a correr como los que se fueron pa’ la puerta. No llegaron lejos; se tardaron más en rematar a los que chillaban.

Cambio de atmósfera. Miguel le echa agua a Gulmaro para despertarlo.
Miguel.- Dime dónde está María. Esta viva, dime donde esta.
Gulmaro.- María te dejó un recado…
Miguel.- Ya me lo dijiste. Dime donde está. ¡Contéstame!
Cevero.- ¡Todos estamos muertos! Con nuestros primeros pasos empezamos a cavar nuestra tumba. No podemos evitar lo que somos. Esta es la vida eterna.
Miguel.- Cállate, chinga tu madre, déjame en paz.
Miguel cae trastornado por el dolor, se soba la pantorrilla.
María.- ¿Te acuerdas lo que te pedí? Dijiste que me ibas a enseñar la cueva donde dormías antes de conocerme. Llévame ahora Miguel; vamos a la cueva a ver las estrellas.
Miguel.- Perdóname María
María.- ¿Por qué?
Miguel.- Porque estas muerta.
María.- No te preocupes, no pasa nada. No eres tú, es tu cuerpo el que tiembla, el que hierve. Vámonos, tú ya no te entiendes con esta vida.
Miguel.- ¿Sabes qué? Cuando las cosas van bien puedes voltear poco a poco hacia tu corazón y te ves como un mar abierto, y te dan ganas de cruzar ese mar al vuelo hasta encontrarte cuando eras niño y abrazarte. Pero cuando las cosas van de mal en peor, tratar de voltear sería como abrirte el pecho y ver como palpita; así que decides no ver más hacia ti. Te vas construyendo un lugar mas cómodo en el odio, en la venganza (ríe amargamente). A menos que llegue un instante de paz, pero no sabes donde encontrarlo.
María.- No dejes que se te pierda el alma.
Miguel.- ¿Y la deuda? ¿Y el desprecio con el que todos me trataron? Todavía me duele; lo trago aquí.
María.- Todos nos debemos. Sólo hay un modo de emparejarse.
Miguel.- Tengo que demostrarles que soy igual que ellos; que soy mejor que ellos; que se equivocaron conmigo. Se tienen que arrepentir.
Cevero.- Eres el hijo del borracho, del apestoso.
Miguel.- Cállate.
María.- El destino de los indios es alzarse. Los tienen agachados para olvidarlos, pero los indios no pueden mirar pa’ delante, sólo sus panzas hambrientas y se muerden las tripas entre sí como perros espantados.
Miguel.- ¿Dónde estás? ¿Qué pasó con el rastro que quedaba en mi corazón? No puedo cambiar de parecer porque siento que caigo al vacío.
María.- El destino de los indios es alzarse, porque cuando los indios se alzan, se alzan por sobre la sierra y se convierten en gigantes.
Miguel.- Yo ya no entiendo la voz que me grita en mi alma. ¿Con quien voy a llorar ahora? ¿Quién me va a decir lo que tengo que hacer?
Cevero.- Nos embruteceremos al calor de la cólera, tan sólo para vengarnos de la justicia que no nos vio, de ese don que no se nos dio, de la madre que nos abandonó, de dios por no existir.
Miguel.- Yo solo puedo hablar con las palabras que me enseñaron; no entiendo lo que hice mal.
Justo.- ¿Qué haces cabrón? ¿Y este? Te lo chingaste…
Miguel.- Yo no estuve ahí; yo no me entere de nada de lo que pasó. Estuve toda la noche haciendo guardia en los cafetales.
Justo.- Ya vino la camioneta.
Miguel.- ¡No me duele, no me duele; pinche viejo maricón!
Justo.- Apúrate ya; deja de estar de pinche tocado. En dos minutos nos vamos.
Justo sale. Una luz va llenando lentamente el escenario, llega a un punto tan intenso que se vuelven invisibles los personajes.
Miguel.- Pinches indios mal paridos, parece que los cagó una vaca.
Cevero.- No podemos evitar lo que somos.
Miguel.- Si quisieran salir de ahí, ya le hubieran buscado el modo.
Cevero.- Esta es la vida eterna.
Miguel.- Nada más se la pasan lamentándose y echándole la culpa a los demás de sus desgraciadas vidas.
Cevero.- Todos estamos muertos.
Miguel.- No veo por que me tendría que lamentar, así estoy bien, no siento nada.
Cevero.- ¡Todos estamos muertos!
Miguel.- No me duele. ¡Paz y justicia! ¡No me duele!

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