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domingo, 26 de octubre de 2014

Reflexiones sobre el papel de la cultura en la situación actual de violencia.

En periodos pacíficos es lógico y justo que los trabajadores del arte y la cultura busquen el abrigo del estado, en pos del beneficio general que supone una nación. Pero ¿cuáles son los límites de un periodo así planteado? En las décadas recientes hemos visto la reducción paulatina, constante e ininterrumpida del presupuesto oficial destinado al servicio social, la salud, el transporte público, la prevención de catástrofes naturales, etc. Por supuesto, entre los grandes afectados se encuentran el arte y la cultura. En dirección contraria, vemos como los sueldos de los altos funcionarios van aumentando a la par del poder con que se mantienen firmes en sus lugares jerárquicos. Existen amplios argumentos demagógicos que explican ambas tendencias dentro de la lógica del beneficio general, más resultan débiles y terminan por derrumbarse, cuando los resultados son el aumento de la pobreza y la disparidad de las oportunidades. A esto se suma la gran escalada de criminalidad y violencia, que destapan constantemente los altos grados de corrupción al interior del estado, así como sus múltiples e interminables vínculos con los cárteles del narco.
La reacción obligada por parte de quienes pretenden trabajar en el fortalecimiento de la cultura, es el empuje de los valores en el sentido contrario a la degradación, ya sea por medio de la protesta declarada o la conspiración silenciosa. Se supone que tales acciones han de activar y/o contribuir a la resistencia popular, provocando así el re acomodo de la estrategia política en favor o, al menos, en consideración de las mayorías afectadas. Sin embargo lo que hemos visto es una respuesta autoritaria y represiva, de un estado policial que se respaldada en su aparato de propaganda, difundido a través de los principales medios de difusión (los cuales absorben gran parte del dinero de los impuestos) y su poder es tan efectivo, que lo mismo construyen presidentes que desbaratan movimientos sociales.
¿Cuál sería pues el siguiente paso ante la emergencia? ¿exigir más presupuesto al gobierno? ¿seguir como hasta ahora o repetir lo que se ha hecho siete veces siete? Mientras nosotros buscamos la pregunta correcta, a la televisión, el cine, la radio y la prensa, se suma la manipulación de las redes sociales, los gadgets de sexta generación y el último grito de la moda hipster. Sobresale además la aparición de un fenómeno reciente; perfectamente articulado, que seduce de manera efectiva a miles de jóvenes marginados, rebajándolos a simples consumidores de drogas o construyendo una moral aceptada entre los sicarios al servicio de los socios del poder: la narco-cultura.

Pongo a su consideración la siguiente propuesta:
La construcción y manifestación pública de una vanguardia artística y cultural que se enfrente al problema de la violencia, así como a sus vertientes político-sociales y político-criminales.
-que se encargue de ridiculizar, achicar y destruir los valores que defienden y justifican el estado de violencia.
-que devuelva la dignidad a los individuos, y el valor a los acuerdos de respeto y solidaridad entre todos los habitantes del país.
-que convierta los museos, auditorios, y todos los espacios culturales, en espacios de acción continua, al servicio de la ciudadanía, no sólo como ofertas de entretenimiento, sino como sitios de abrigo y refugio para las victimas de todas las violencias.
-que difunda, proteja y patrocine a todos los creadores que se sumen dentro de sus filas.
-que construya lazos horizontales con todos los movimientos, estudiantiles, campesinos, indígenas, obreros, etc. Y que coadyuve en la formación de estrategias y aparatos para la reconstrucción del tejido social.
-que se enfrente de forma directa a los medios de comunicación que sirven al engaño, la manipulación y la propagación de la violencia.
-que manifieste de manera pública una postura ética, una postura política y una congruencia con las demandas de todos los afectados.
Jorge Alejandro Suárez Rangel.

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