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miércoles, 5 de junio de 2013

El pensamiento no tiene cultura.



 Porque la cultura habla por el hocico del súper ego freudiano y a través del subwoofer de un home teatre. Las palabras son de la cultura como el pez del río. Todo lo interpretamos con ayuda de la cultura, esa dama de la caridad que reparte desinterés, ilustración y pretensiones intelectuales. Pero ¿existe alguien carente de cultura sobre el mundo nuestro?
Pienso, luego existo, y en el inter voy al súper.
Ser culto es poseer todas las comodidades ofertadas en el mercado de la evolución; retrato decimonónico con sombrero de copa y reloj de bolsillo. Pero ¿a que mostrarse aplaudiendo desde el palco privado al último estreno de la ópera, si se puede uno quedar en casa, abrazando la cocacola de tres litros y viendo la voz de las luminarias por televisión?
¿Sombrero de copa? ¿Por qué no usar la copa de sombrero?
Pienso que no existo. Sueño que estoy soñando y, al despertar, me despierto.
Hablar es repetir las palabras de la cultura. Votar por un partido político, odiar al enemigo, disfrutar de cierta posición sexual, etc. Incluso preservar la cultura es cultural, quiero decir redundante. Preservemos a las estrellas de su parpadeo, la forma de la arena junto a la playa, las rutas de las hormigas. Nada más odioso que una hormiga negándose a ser culturizada. Hemos de admitir que las hormigas son harto ignorantes, aunque todas unas damas de sociedad si se les compara con las cigarras. ¡Esas si que necesitan del subsidio cultural!
Pienso en lugar de simplemente comportarme a la altura, según las circunstancias, conforme a los lineamientos. Pienso y encuentro diez caminos paralelos, una bifurcación, un puente, un atajo. No cabe duda: el pensamiento no tiene cultura.

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