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domingo, 8 de mayo de 2011

ZENZONTLE MONGOL


Personajes:

LUZ MARÍA
OLGA
AMANDA
MANUEL
FIDEL
PEDRO




Lugares:

Un edificio descuidado de la ciudad de México.
Lugares y calles que circundan dicho edificio.
Un hospital psiquiátrico.




Época:

Actual.
Despierta.

Che ché.- Mamá. ¡Mamá, despierta!
Luz’ma.- ¿Qué? Ahá. No. Bueno.
Che ché.- He decidido deshacer nuestro lazo fraternal, así que te pido me hagas entrega de todos mis bienes.
Luz’ma.- Si mi tesoro, ya vete a dormir.
Che ché.- Abre esos parpados y reacciona morsa. ¡Quiero mi dinero!
Luz’ma.- ¿Cómo? ¿Qué hora es? ¿Por qué me despiertas hijo? ¡Suéltame!
Che ché.- Tuve un sueño mamá, un sueño. Me voy del edificio.
Luz’ma.- Mira nada más como traes esos calzones de agujereados y sucios. ¿Por qué no traes pantalones? Ven acá.
Che ché.- ¡No quiero! No me toques madre, que me ahogas.
Luz’ma.- Ahí no hay nada. Deja en paz que me revuelves las cosas de cómo las tengo.
Che ché.- Te exijo lo que es mío.
Luz’ma.- ¿Qué estás buscando? ¿Por qué me vienes a despertar?
Che ché.- Me ha asaltado un sueño que fue una pesadilla y en el transcurso he perdido la quietud. No estoy seguro de poder descansar nunca más.
Luz’ma.- ¡Que dejes en paz esos cajones!
Che ché.- Soñé que estaba adentro de la cama, como si el colchón me hubiera tragado; trataba de despertarme, pero no podía.
Luz’ma.- ¿Qué dices? Habla despacio Manuel, que no se te entiende nada.
Che ché.- Había una voz: decía que no me iba a dejar ir nunca y me lamía la cara. Decía que era mi madre. ¡Que eras tú!
Luz’ma.- ¿Otra vez te estuviste manoseando?
Che ché.-. ¡Cállate! ¡Déjame hablar!
Luz’ma.- ¡No me jalonées, que me arrancas el camisón!
Che ché.- ¡Maldita bruja! Sabes que mi cabeza es delicada.
Luz’ma.- Es del único modo que me haces caso.
Che ché.- ¿Eso piensas? Pues consíguete otro imbecil. 
Luz’ma.- ¡Suelta!
Che ché.- No, tú suelta.
Luz’ma.- ¿A dónde vas?
Che ché.- Lejos de tus pasos, fuera de tu mirada.
Luz’ma.- Yo tengo las llaves.
Che ché.- Y yo las ventanas.
Luz’ma.- ¡No te atrevas a salirte del edificio!

El príncipe feliz.

Che ché.- Mamita, ¿Ya te dormiste?
Luz’ma.- ¿Qué quieres?
Che ché.- ¿Me perdonas?
Luz’ma.- Si muñequito. Ya vete a dormir.
Che ché.- No puedo.
Luz’ma.- ¿Tuviste pesadillas? Ya te he dicho que no cenes tan pesado.
Che ché.- ¿Me lees un cuento?
Luz’ma.- A ver, dámelo. Tápate bien los pies, que hace frío. “El príncipe feliz…”, ¿Por qué te gusta tanto este cuento?
Che ché.- Tú me dijiste que yo me parecía al príncipe, porque soy muy generoso y me gusta ayudar a los demás.
Luz’ma.- ¿Sabes que era lo más valioso que tenía el príncipe? Su espíritu.
Che ché.- Por eso a él no le importa cuando al final todos se burlan de que se quedó sin su cubierta de oro.
Luz’ma.- Así es tesoro.
Che ché.- Mami, ¿me quieres?
Luz’ma.- Si mi amor, te amo. Eres mi consentido.
Che ché.- Yo también te amo mamá.

Sacrificio.

Che ché.- ¡Amanda! Al fin mis ojos se llenan con la dicha de tu imagen. Y aquí vengo yo detrás de ellos, como un cordero dispuesto al sacrificio.
Amanda.- ¡Manuel! Que susto me diste. ¿Qué haces trepado en esa ventana? Son las tres de la mañana.
Che ché.- Lamento la irrupción, pero ha sido necesaria para hacer posible nuestro encuentro.
Amanda.- ¿Qué quieres? No te sientes en mi cama. ¿De que sacrificio hablas?
Che ché.- Del gran descubrimiento que a mi entendimiento ha asaltado. Y es que el amor es siempre un sacrificio.
Amanda.- Por eso odio la forma en que hablas: siempre terminas diciendo una babosada.
Che ché.- Nunca en mis labios habitó tal verdad que pudiera compararse con la que ahora pronuncian.
Amanda.- Fuera, fuera. Sal de aquí antes que te escuche mi mamá.
Che ché.- Mi corazón no me dejará partir, si antes no recibe una respuesta a sus demandas.
Amanda.- Ahorita no puedo. Si te agarran, a los dos nos va a ir mal.
Che ché.- Por mi parte, estoy dispuesto. Tu ausencia me hizo dar cuenta...
Amanda.- ¡Está bien! ¿Quieres que te lo diga? Se acabó. No podemos seguir viéndonos. Lo que hicimos fue... no me arrepiento, pero se acabó.
Che ché.- ¿Has visto el monstruo que ha salido de tu boca? ¡Perdón! Permíteme buscarme, por que no me encuentro.
Amanda.- Todo estaba muy bien, mientras nadie lo supiera.
Che ché.- Decidí dejarlo todo, para colgarme de ti y me soltaste. Ahora siento que caigo en el vacío.
Amanda.- Tenía mis dudas, pero ya estoy convencida; no puedo permitir que la gente me vea contigo.
Che ché.- Los tinacos serán nuestro refugio de las miradas ajenas.
Amanda.- Ese es precisamente el problema: mientras yo sueño con un nido de amor, tú piensas en los tinacos. ¿Dónde vamos a vivir? ¿En la covacha de abajo de la escalera?
Che ché.- Convertiré ese agujero en un palacio digno de tu mirada.
Amanda.- Definitivamente no tenemos nada en común, somos agua y aceite.
Che ché.- ¿Es que estoy equivocando mis ofrendas? Desespero por saber lo que quieres de mí.
Amanda.- Nada. No puedes darme lo que necesito.
Che ché.- Tal vez pueda. Solo dilo.
Amanda.- ¿Crees poder darme una casa decente? ¿Un automóvil? ¿Podrás vestirte con un poco de clase; comportarte con categoría; no ser tú?
Che ché.- Por encima de toda apariencia está el amor...
Amanda.- ¿Amor? Yo quiero ser feliz; no ser la burla de los demás. Quiero tener una boda de película, donde pueda invitar a mi familia; no un exilio social, al lado de un perdedor.
Che ché.- No te reconozco Amanda, tus palabras son raras, tu vos ha sido secuestrada por algún ente extraño.
Amanda.- Mira quien lo dice: Don Quijote de la Mancha.
Che ché.- He sido sincero. ¿Qué puede valer más que eso?
Amanda.- Vives en medio de una fantasía Manuel. Nada de lo que crees es real.
Che ché.- Creo en el sabor de tus labios, aun sin haberlos probado. Creo que podemos remediar nuestros errores si comenzamos de nuevo. Eso es lo que venía a decirte: que no creas que solo he querido tocarte la panocha. Me he dado cuenta con tu ausencia: preferiría la muerte a tu pérdida.
Amanda.- Entonces hay que suicidarnos, tú conoces bien la azotea, podemos aventarnos.
Che ché.- ¡No ensucies tu boca con tan terribles formulaciones! Quiero vivir, para vivir contigo. Quiero ser tu razón de conservar la vida.
Amanda.- ¿Ves? No tenemos nada en común. Vete, quiero estar sola.
Che ché.- Nadie en el mundo se parece tanto como nosotros.
Amanda.- Ya déjame.
Che ché.- No puedo. Mi cuerpo me ordena que te bese, que te abrace.
Amanda.- ¿Por qué? Ya no quiero estar contigo. ¿Por qué no me dejas tranquila?
Che ché.- Se que tu alma esta invadida y tu voluntad contrariada.
Amanda.- ¿Qué quieres?
Che ché.- Dime que me amas.
Amanda.- ¡Te odio!
Che ché.- No es cierto.
Amanda.- Si es.
Che ché.- No.
Amanda.- Quieres volverme loca, igual que tú.
Che ché.- Locos de amor.
Amanda.- Pensé que podíamos terminar decentemente, pero ya veo que contigo es imposible. Voy a confesarte la verdad: estoy comprometida.
Che ché.- ¿Qué cosa? ¿Comprometida?
Amanda.- Fidel es mi novio y lo amo.
Che ché.- ¿Fidel el zapatero?
Amanda.- No quería decírtelo para no lastimarte.
Che ché.- ¿El pinche cacarizo?
Amanda.- Lo nuestro solo fue una aventura.
Che ché.- ¿Y con ese pendejo piensas vivir tu comedia románica?
Amanda.- Él por lo menos tiene un trabajo decente; no tiene que estar pidiendo limosna de casa en casa.
Che ché.- ¡Me engañaste! Me hiciste creer que me querías.
Amanda.- Jamás te dije que te quería.
Che ché.- Cierto. Calculaste muy bien.
Amanda.- Te pido por favor que desmientas los rumores acerca de nuestra relación.
Che ché.- Desmiéntelos tú, maldita puta.
Amanda.- Te tenía que salir la patanería.
Che ché.- Y para que lo sepas, mientras tú estabas encerrada aquí, a mí me la estaba mamando la loca del diecisiete y lo mama bien rico.
Amanda.- Estamos a mano (...) Adiós Manuel.

3:00 AM

Olga.- Buenas noches.
Luz’ma.- ¿Qué? ¿Tocaron Manuel?
Olga.- ¡BUENAS NOCHES!
Luz’ma.- Despierta Manuel, ve a ver quien es.
Olga.- Soy la señora Olga. ¿No han visto por aquí a Amandita?
Luz’ma.- Ahí voy, espéreme tantito.
Buenas noches señora Olga.
Olga.- Luz María; estoy buscando a Amandita que se me salió del departamento.
Luz’ma.- Si, pero son las tres de la mañana.
Olga.- Me asomé en la covacha y che ché tampoco está en su lugar.
Luz’ma.- Se llama Manuel y se quedó a dormir aquí.
Olga.- Pregúntele si no ha visto a la niña.
Luz’ma.- Está dormido.
Olga.- Mire Luz María, a mí no me importa lo que le pase a esa escuincla –voy a ser feliz cuando su padre se la lleve-, pero como todavía está a mi cargo esta semana. Y con eso de que últimamente le da por suicidarse.
Luz’ma.- Por eso la niña está como está.
Olga.- Su padre es alcohólico.
Luz’ma.- El papá de Manuel –que en paz descanse- también era alcohólico y no por eso yo me desentendí de su educación.
Olga.- Yo sacrifique mi juventud para pagarle la escuela. Por que Amanda estuvo en las mejores instituciones.
Luz’ma.- Manuel fue a la escuela especial.
Olga.- De gobierno.
Luz’ma.- Lo que aprendió, lo aprendió bien.
Olga.- ¿Trapear los pasillos del edificio?
Luz’ma.- Trabaja; es responsable.
Olga.- Debería de bañarse.
Luz’ma.- No se baña diario, pero es muy limpio. No le gusta el agua fría en invierno.
Olga.- Esas son cosas que no me incumben. Solo quiero saber donde está mi hija.
Luz’ma.- Pues vaya a buscarla. Manuel no sabe nada; tiene prohibido juntarse con ella.
Olga.- Pero bien que me la sonsaca para ir a hacer sus marranadas entre los tinacos.
Luz’ma.- No es culpa suya que Amandita sea tan dejada.
Olga.- Y Che ché tan mano larga.
Luz’ma.- Se llama Manuel.
Olga.- ¿Qué quiere que haga? A todo el mundo le dice que se llama che ché, yo pensé que era su nombre.
Luz’ma.- Pues no es. Y ya déjenos en paz, por que tenemos mucho sueño.
Olga.- Yo no me voy hasta no saber donde está mi hija.
Luz’ma.- Ya le dije que no sabemos.
Olga.- Che ché sabe.
Luz’ma.- ¡Manuel! Ven a decirle a esta señora donde has estado toda la noche.
Olga.- No necesita estar con ella para saber.
Luz’ma.- ¿Manuel? ¡Manuel! ¿Dónde te metiste? ¡Hazme caso!
Olga.- ¿No se habrá salido por esa ventana?
Luz’ma.- Ya se me fue para la azotea.
Olga.- ¿Por qué para allá?
Luz’ma.- ¿No dice usted que ahí es donde hacen sus marranadas?
Olga.- ¡Hay dios! A ver si a esa escuincla no le da por aventarse.
Luz’ma.- ¿No vio la otra chancla?
Olga.- Ahí me alcanza cuando la encuentre.

No traía.

Olga.- ¿Dónde andabas pinche escuincla?
Amanda.- Aquí en el pasillo.
Olga.- ¿No me digas? Estoy buscándote como pendeja desde hace una hora. Seguro te fuiste a meter a los tinacos con el imbécil ese. ¿No ves que todo el mundo se entera? ¿Con que cara quieres que salude yo mañana a esa bola de chismosos, que de seguro ya están escuchando detrás de las puertas? Me pones en evidencia con tus calenturas. ¿No te puedes aguantar las ganas?
Amanda.- Claro. No se vayan a enterar los vecinos.
Olga.- No me hagas enojar más de lo que ya estoy.
Amanda.- Te estoy dando la razón.
Olga.- ¿Crees que no se como te burlas? A mi no me vas a ver la cara de idiotita, como hiciste con la psicóloga: “Ellos se expresan de manera diferente; tiene que tenerle paciencia”. Eres exactamente igual que todas las escuinclas peladas de tu edad, lo que pasa es que a ti te gusta que te tengan lástima.
Amanda.- No te preocupes, ya voy a dejar de arruinar tu vida. Me voy a ir con mi papá la semana que entra, ¿no?
Olga.- Si te quieres largar, por mi mejor fíjate. Pero no te salgas como la loca a las tres de la mañana. ¿Quieres que te esconda las llaves? ¿Es lo que quieres?
Amanda.- Si, si. Como tú quieras.
Luz’ma.- ¿Encontró a Amanda? Ya fui a la azotea y no hay nadie.
Olga.- Si, ya la encontré, gracias. Hasta mañana.
Luz’ma.- ¿No vieron por ahí a Manuel?
Olga.- Para nada. Hasta luego.
Amanda.- Se puso como loco por que le dije que terminábamos…
Olga.- ¿Tú lo viste?
Amanda.- Antes de encontrarme contigo. Ya te había dicho.
Olga.- Bueno, pues ya escuchó. Adiós.
Luz’ma.- ¿A dónde fue?
Olga.- No tenemos idea…
Amanda.- Yo creo que se saltó por…
Olga.- Cállate y métete.
Amanda.- La señora me está preguntando.
Olga.- ¿Y a ti que te importa la vida de los demás?
Luz’ma.- ¿Se salió del edificio hija?
Amanda.- Si. Dijo que iba a matar a Fidel.
Luz’ma.- ¿No viste si traía pantalones?
Olga.- Amanda ya se metió a dormir Luz María. Son las tres de la mañana. Buenas noches.
Amanda.- ¡No traía…!
Luz’ma.- Gracias hija. Buenas noches.

La reja.

Che ché.- Cacarizo: ¡Polvo eres y en polvo te convertirás! Pues de tal modo amó dios a su hijo el hombre que… ¿Y ora? ¡Mi pié! Záfate, záfate o te zafo. Chingada madre. ¿Será más fácil separarme de mis propios miembros, que arrancar esta reja del muro que la apoya? ¡Puta madre! La reja es fuerte, pero no inteligente. ¿Cómo me atoré? Un pié debería caber por donde cabe un tobillo. Voy a tener que sacarlo por arriba.

Manuel trepa la reja, apoyado en sus brazos. Se detiene agotado.

Che ché.- ¿Cuánto me falta? Pinche pié, por lo menos apóyate; si me ayudaras ya hubiéramos llegado. Me duelen los antebrazos, pero ya casi es la mitad; ya está más fácil (…) Si me detengo me voy a cansar más de estar colgado (…) es que ya no puedo. Pinche dolor, no me deja doblar los codos. Nada más tantito; tantito dios mío y te prometo que voy a dejar de ver culos durante la misa. Por favor, ayúdame a subir el pedacito que me falta para zafar mi pié; no me dejes caer y te juro que voy a olvidar mi anhelo de venganza contra Fidel. ¡No! No me sueltes padre. ¿Por qué me has abandonado?

Manuel, agotado, se suelta y cae.

Che ché.- ¡No, no! ¡Mi brazo! ¡Mi cabeza! ¡Chinga tu madre dios! ¡Mamá! Mamá ayúdame, estoy atorado de un pié. ¡Mamá! Me está saliendo sangre de la cabeza. Mamá, ¡MAMÄ!
Fidel.- Bájale a tus alaridos pinche Gengis Kan, ya me estaba quedando dormido.
Che ché.- ¿Alguien? ¡Aquí! Estoy aquí, en la reja de atrás.
Fidel.- Me cae que parece que te la estuvieran metiendo cabrón.
Che ché.- Fidel…
Fidel.- ¿Qué haces ahí güey? ¿Qué te paso?
Che ché.- El diablo me escuchó.
Fidel.- Si, si. Ya vi. Pero es que ora si te la mamaste.
Che ché.- Has venido por voluntad hasta el lugar de tu verdugo.
Fidel.- ¿También la pierna? ¡Estás chorreando sangre de la oreja!
Che ché.- ¿Es posible que no veas lo que a tu suerte cerca?
Fidel.- Te estoy ayudando, pero no me aprietes güey, que quién sabe de que traes embarrados los calzones.
Che ché.- ¡Deja de fingir!
Fidel.- ¡Cálmate pendejo! Ya me diste un madrazo pinche Che ché.
Che ché.- ¡Cobarde! Ven a enfrentar tu destino.
Fidel.- Ya se que te caga que te digan así. Es que me hiciste encabronar.
Che ché.- Y yo llegué a mirar en ti a mi único amigo. Te entregué inocentemente mis secretos y ciegamente, como un insecto bajo la sombra de tu mano, te conté lo fácil que es caldearse a Amanda…
Fidel.- No chingues que se te atoró el pié desde arriba de la reja.
Che ché.- Amanda, Amanda, Amanda. ¡Entiende caracol! Se trata de Amanda.
Fidel.- No te claves… ¿Por eso te aventaste de la reja?… ¿Ya te contagió?... Mira güey, yo se que la vieja te trae pendejo; es lo normal. Todos nos clavamos con la primera y algunos güeyes hasta se casan, chido por ellos, pero tú no te puedes casar. ¿Agarras el pedo?
Che ché.- Por eso decidiste cogértela…te la cogiste…
Fidel.- Para empezar, se supone que a ustedes ni les debería de dar la calentura; desde ahí la cagaron.
Che ché.- Te aprovechaste de ella, la engañaste…
Fidel.- ¿Tú crees que tu jefa va a permitir que te la estés soplando? ¡No mames! La jefa de ella menos –Cree que es una niña, sería una pinche aberración.
Che ché.- Traidor, farsante, miserable.
Fidel.- Así es la vida.
Che ché.- ¡Acércate…!
Fidel.- ¿Quieres que te den chance de volver a estar con Amandita? Deja de hacer panchos. Dile a tu jefa que ya estuvo, que tiene razón. Discúlpate con la señora Olga.
Che ché.- ¿Me aconsejas…? ¡Tú!
Fidel.- Trágate tu pinche orgullo, cabrón. El chiste es que se vayan con la finta de que ya se calmaron. Nada más un ratito.
Che ché.- ¿Por qué me ayudas?
Fidel.- Yo se que está cabrón, pero te tienes que aguantar por Amandita.
Che ché.- Dame una clave, cualquier signo que me sirva de respuesta.
Fidel.- Nada más piensa que si te agarras de los huevos por un rato, vas a tener el resto de tu vida para acariciarle las nalgas… Mejor no pienses en eso.
Che ché.- Quiero confiar en ti zapatero.
Fidel.- ¡Suéltame cabrón! No me estás ayudando y yo no te puedo sacar de ahí solo. Voy a buscar alguien que nos haga el paro.
Che ché.- Mejor sácame del torrente que me arrastra a la locura.

Pausa.

Che ché.- ¿Por qué metiste mi cabeza en esa idea? ¡Alguien! ¡Amanda! ¿Fue para que te dejara suicidarte en paz? ¿Lo inventaste? ¡dios! ¿Quién dice la verdad? ¡Mamá! No me importa lo que digas. La amo. Zapatero vuelve. ¡Responde! ¡Sáquenme de aquí!
Fidel.- Aguanta pinche Gengis Kan. Me cae que parece que te la estuvieran metiendo.

Adiós polvo soleado, adiós olor a piedra…

Che ché.- ¿Dónde está la ayuda? ¡Cuánto tiempo y tan poco auxilio! ¿Habrá sido este el objetivo del zapatero? ¿A que destino llaman las tres de la mañana? Tal vez Amanda (…) ya se la ha de estar cogiendo (…) de ahí la prisa. Por eso ella quiso alejarme. En sus palabras estaba la treta: mientras yo le regalaba mi fe, su mente estaba ocupada con mi ruina. ¿Para que le dije que la quería? Mi mamá me advirtió que sólo quería utilizarme. Ella lo sabía. Todos lo sabían, menos yo. Mi figura estará provocándoles mucha risa. Debería matarlos a los dos ahora mismo… ¡Ahora mismo, ahora mismo…! Pero es más urgente mantener el tobillo pegado al pié.

Pausa

Che ché.- Al cabo, mis sospechas eran falsas. Ya siento el regreso del cacarizo. Muy a tiempo, pues comienzan a vencerme el hambre y le sueño.
¡Hey! ¿A dónde vas mamá? ¡Aquí! ¡Acá estoy! Mírame, mamá, te estoy hablando. ¿Ya me viste? (…) ¿Por qué me ves así? ¿Mamá? ¡Mamá! ¿Qué te pasa?
Luz’ma.- ¿A que vine?
Che ché.- No sé. ¿A ayudarme?
Luz’ma.- Yo estaba caminando. ¿Por qué…? ¿Por qué no me puedo acordar?
Che ché.- Estoy atorado de un pié ¿Ves? Se me atoró cuando me salté la reja y no me puedo zafar. ¿Qué hacemos? ¡Mamá!
Luz’ma.- ¿Quién eres?
Che ché.- Manuel. ¿Qué te pasa?
Luz’ma.- Manuel, si… ¿Qué Manuel?
Che ché.- Manuel, tu hijo. ¿Ya se te volvieron a olvidar las cosas?
Luz’ma.- Me cuesta trabajo…
Che ché.- ¿Por qué?
Luz’ma.- …me cuesta…
Che ché.- Si tú dijiste que ya estabas bien.
Luz’ma.- …trabajo…
Che ché.- ¡¿Qué!? ¿Qué te cuesta trabajo?
Luz’ma.- …pensar…
Che ché.- ¿Qué tienes?
Luz’ma.- Veo borroso (…) no sé (…) que iba a hacer…
Che ché.- ¿No ibas al baño? A veces te levantas para ir al baño. (…) ¡Acuérdate!
Luz’ma.- No sé (…) nada.
Che ché.- ¡Puta madre! ¿Qué? ¿Por qué…? ¿Estás dormida?
Luz’ma.- ¿Qué? Ahá. No. Bueno.
Che ché.- ¡Despierta!
Luz’ma.- …no No. ¡No! ¿Dónde? ¡¿Dónde?!
Che ché.- Cálmate. Estás aquí, conmigo.
Luz’ma.- ¿…estoy…?
Che ché.- Te desperté por que estabas dormida de pié. ¿Por qué no te sientas? Siéntate ándale.
Luz’ma.- ¡No!
Che ché.- ¡Está bien! Es que te quería ayudar (…) no te vayas a dormir.
Luz’ma.- Tengo hambre.
Che ché.- Yo también.
Luz’ma.- Me voy (…) a sentar.
Che ché.- Recárgate aquí. Con cuidado (…) Estás fría.
Luz’ma.- Tengo frío.
Che ché.- Yo también (…) ¿Por qué no me puse pantalones?
Luz’ma.- ¡Manuel!
Che ché.- ¡Si, si! Soy yo. ¿Ya se te pasó?
Luz’ma.- ¡Estás muy feo! ¿Por qué tienes sangre en la cara?
Che ché.- Por que me resbalé cuando estaba tratando de subirme a la reja para sacar mi pié de… ¿Me estás escuchando?
Luz’ma.- ¿Tu pié? Es cierto (…) ¿Por qué?
Che ché.- Se me atoró cuando estaba… Nada.
Luz’ma.- Esta es la reja de atrás.
Che ché.- Si. Ya sé.
Luz’ma.- Me siento mareada.
Che ché.- Se te va a pasar en un rato; no te preocupes. De repente se te vienen todos los recuerdos y ya estás como si nada. Así te pasó la vez pasada. ¿Te acuerdas de eso? (…) ¿No verdad?
Luz’ma.- ¿Qué hora es?
Che ché.- Las tres de la mañana.
Luz’ma.- Yo tenía que hacer algo importante.
Che ché.- Espérate un ratito, hasta que te sientas bien.
Luz’ma.- El tiempo se nos va; se nos va.
Che ché.- Ni siquiera sabes a donde vas…
Luz’ma.- Si Manuelito. No te muevas de ahí.
Che ché.- Ven acá. ¿Cómo quieres que me mueva? Si estoy atrapado.
Luz’ma.- Esta es la calle de atrás.
Che ché.- No te vayas mamá; no me dejes. Dime como le hago para zafar mi pié. ¡Mamá! (…) ¡Que necia eres! (…) ¡Carajo!

Pausa.

Che ché.- Pinche zapatero. Ya no me importa si te la cogiste o no; no me importa la traición, aunque haya sido doble. Me conformo con saber que allá arriba hay alguien con mayor juicio observando sus actos. Yo estoy dispuesto a aceptarlo todo: voy a bañarme diario y a cambiarme los calzones, voy a dejar de torturar a mamá con que me voy y no me voy –mi lugar está junto a ella, es mi madre-, voy a trapear, a traer mandados, a respetar a Fidel porque es un adulto, pero sobre todo, voy a dejar de hacer travesuras con Amandita y no le voy a volver a hablar… nada más el saludo, por cortesía.

Pausa.

Che ché.- Abandoné todos mis caprichos por un pié; por el frío de la madrugada. ¿No te parece suficiente? ¿Es que no trabajas a las tres de la mañana? ¡Tienes todo el domingo para dormir!

Pausa.

Che ché.- ¿Qué puedo esperar? Ni siquiera te diste el tiempo para hacerme a tu imagen y semejanza. Pero no te necesité nunca, tengo mis propias manos para crear el mundo en seis minutos. ¡Me vale madres si se puede o no se puede! Lo voy a hacer por que se me hinchan los huevos. No necesito el apoyo de dos pies, ni siquiera de uno. Los pies sirven para caminar, para apoyarnos y parece que nos ayudan, mientras no hacen más que ocultarnos la voluntad, que es más fuerte que las piernas.

Manuel trepa la reja con velocidad hasta alcanzar la cima.

Che ché.- La voluntad me eleva. Ya alcanzo a ver las puntas de la reja señalando filosas al cielo. ¿Qué vas a hacer? ¿Cómo vas a castigarme? Si dejé mis pecados dos metros abajo. ¡No puedes detenerme porque no existes! Eres el sueño de los impotentes.
Amanda.- …Adiós… polvo soleado… adiós, olor a piedra…
Che ché.- ¿Amanda?
Amanda.- Un paso más y después, nada: el vacío eterno.
Che ché.- Tu presencia ha convertido mis blasfemias en dulce adoración que me arrulla y domina mi espíritu.
Amanda.- ¿Manuel?
Che ché.- A pesar de la oscuridad, puedo sentir en tu silueta el peso de tus pies ligeros y la fuerza con que anudas tu cabello.
Amanda.- ¿Qué haces aquí?
Che ché.- Encontré en esta reja, el escondite ideal para robarte los pensamientos.
Amanda.- Yo ya te hacía pateando la cortina del taller.
Che ché.- Desde aquí podría atraparte a mitad de la caída y quedarme con tu aroma antes que se esparza en la banqueta.
Amanda.- ¿Qué tienes?
Che ché.- Vivir es fácil…
Amanda.- Estás pálido…
Che ché.- …lo importante es…
Amanda.- …te está saliendo sangre…
Che ché.- …existir…
Amanda.- No te sueltes. ¡Manuel, ¡NO …! ¡¿?! ¿¡!? … … VOY.

Eje vial.

Fidel.- ¡Señora lucha! Que bueno que la encuentro. El Che ché está atorado… perdón, Manuel está atorado en la reja de atrás.
Luz’ma.- ¡Manuel! Tiene sangre en la cara…
Fidel.- ¿Ya lo vio?
Luz’ma.- Si… ¡Que feo está!
Fidel.- ¿Lo pudieron zafar?
Luz’ma.- Así salió. ¡Pobrecito!
Fidel.- Ya decía yo que era cosa de que se calmara tantito. Pero de que se pone necio haber quien lo saca de ahí. Yo tenía un tío así de aferrado y le dio una embolia que casi lo mata…
Luz’ma.- Usted es el cacarizo.
Fidel.- Mire luchita, no se ofenda, pero yo se mejor que usted lo que le pasa a su hijo. La verdad no le entiendo como habla -pues ya ve, por eso le dicen el Che ché-, pero lo conozco bien: lo que pasa es que ya se le están pegando las mañas de Amandita…
Luz’ma.- Amandita…
Fidel.- ¿O usted como cree que se fue a atorar ahí?
Luz’ma.- La mongolita del tres…
Fidel.- No se crea, esa niña sabe muchas cosas que muchos de nosotros ni nos imaginamos. Eso si, está re zafada, pero es muy inteligente. Digo; yo no he tenido mucho contacto con ella, ni le entiendo mucho tampoco. Lo digo por como se comporta, ya ve, como si fuera normal… ¿Qué mira?
Luz’ma.- El amanecer.
Fidel.- ¡Chale! ¿Qué hora es? Pinche reloj, se quedó parado a las tres de la mañana.
Luz’ma.- Es un amanecer de Marzo.
Fidel.- ¿Marzo? Es cierto. No hay otras mañanas como estas: llega un momento en que todo cambia de color. Mire como se ve rojo allá atrás. Yo me quedaba horas distinguiendo los colores cuando vivía en Veracruz; acá es raro que uno se fije en esas cosas (…) ¡De veras Luchita! Hasta me hizo que me acordara de mi pueblo.
Luz’ma.- Esas se llaman coconas.
Fidel.- Si (…) ¿Ha oído cantar a los guacamayos? No es que canten muy bonito, más bien como que platican; susurran y gritan; tienen como discusiones; hacen sonidos muy agudos que imitan de otros animales…
Luz’ma.- Como el Zenzontle.
Fidel.- Si, pero es distinto. El Zenzontle no anda presumiendo, por eso siempre está solo; además no canta a lo pendejo, trata de entender la voz de todas las aves. Estos no; estos nomás remedan para burlarse; son canijos, cuando se ensañan con alguien… no sé… eso me imaginaba cuando los oía (…)
Luz’ma.- Tengo hambre.
Fidel.- Si, yo también ya me tengo que ir al taller, a ver si me da tiempo de dormir un ratito. Ahí me platica después como está Manuel. Buenas… buenos días.
Luz’ma.- Me voy pa’ mi pueblo.
Fidel.- SI, algo hay que hacer, primero dios. Hasta luego.
Luz’ma.- Adiós.

Amanecer de marzo.

El pie de Manuel, atorado a media altura de la reja, mantiene colgando de cabeza su cuerpo inmóvil. Amanda tirada boca abajo sobre el asfalto, un charco de sangre rodea su cabeza.

Amanda.- Rojo… ¿Estoy muerta? Ya no veo a través de los ojos… pero todavía pienso… entonces estoy viva (…) Siento aire correr sobre mi espalda y la aspereza del piso contra mi frente… por eso no puedo ver… solo alcanzo a mirar gotas de sangre que caen al pie de la reja; escucho como golpean en el charco (…) siento el frío que me abrasa desde dentro, pero no puedo moverme.
Che ché.- Amanda. ¡Amanda! (…) No puedo hablar.
Amanda.- Gotas.
Che ché.- Perdí la voluntad completa y solo me queda este mundo de cabeza, con la mirada fija en ti, que eres el centro del cielo.
Amanda.- Solo eso se escucha.
Che ché.- Amanda.
Amanda.- ¿De quien era la sangre?
Che ché.- Todo está tan (…) quieto.
Amanda.- Esos golpes son (…) pisadas.
Che ché.- ¡Por fin, alguien!
Fidel.- Ya sabía que la vieja estaba loca.
Che ché.- Relájate miedo, es Fidel.
Fidel.- ¿Cómo terminó colgado así? Parece como…
Amanda.- Conozco ese aroma.
Fidel.- ¡El cuerpo de Amandita!
Amanda.- Fidel; son sus pasos.
Fidel.- Se estrelló contra la banqueta.
Amanda.- Ya ves que si lo hice.
Fidel.- La falda se le ha de haber subido en la caída y le quedó destapado el culo.
Amanda.- Me hubieras dicho que me querías, aunque no fuera cierto. ¿Qué te costaba?
Fidel.- Esas nalgas de niña bien cuidada.
Che ché.- Ayúdala (…) yo todavía aguanto un rato.
Fidel.- Nada más voy a pasar los dedos por encima del calzón, suavecito.
Amanda.- ¿Qué tengo que hacer para que me tomes en serio?
Che ché.- ¿Qué haces zapatero? Encamina bien la torpeza de tus toscos movimientos.
Fidel.- Nada más se los voy a bajar tantito…
Che ché.- Lo estás haciendo…
Amanda.- Sabes que no voy a detenerte…
Fidel.- ¿Estás loco? ¡Te van a volver a dar tambo por idiota! Tienes que controlarte por que te va a llevar la chingada (…) Por aquí estaba la señora Lucha, ¿para donde se fue? Estaba como ida, pero puede acordarse de que me vio ¿Qué tal que regresa? (…) No, no me vio aquí; no sabe que regresé. Si me apuro, ahorita todos están dormidos todavía (…) nada más tantito, en lo que me vengo.
Che ché.- ¡Detente cobarde! ¿No ves que está inconsciente?
Amanda.- Por ahí no que me duele. ¡Me estás lastimando!
Fidel.- Está muy duro.
Amanda.- Espérate tantito (…) espérate a que deje de sentir.
Che ché.- Déjala por piedad, detente a mirar lo que haces.
Fidel.- ¿Dónde están tus chichitas.?
Amanda.- Manue.
Che ché.- Aquí estoy.
Amanda.- Mi cabello.
Che ché.- No se que hacer Amanda, no se que hacer.
Amanda.- Ayúdame…
Che ché.- Sigue mirándome; no te vayas a ir Amanda, aquí estoy.
Amanda.- …a-yú-da-me…
Che ché.- mirame…¡MIRAME! Amanda vuelve… ¿Por qué?
Fidel.- ¿Eso fue un gemido? ¿Te gusta verdad? Toma, ¡toma! Gime más, gime.
Che ché.- Tú cara se ensucia Amanda, se está volviendo de lodo.
Fidel.- Me estoy… llenando de sangre… mis pantalones… mi ropa… todos… se van a dar cuenta.
Che ché.- Te voy a limpiar.
Fidel.- Casi no hice ruido.
Che ché.- Me voy a bajar a limpiarte.
Fidel.- Tengo que limpiar con algo.
Che ché.- Solo tengo que zafarme de esta reja.
Fidel.- Che ché…
Che ché.- Ya voy.

Fidel arranca de la reja a Manuel de un tirón.

Fidel.- ¡Ay cabrón! Tronó como pinche nuez.
Che ché.- Cacarizo: aquí empieza mí capitulo contigo.
Fidel.- ¿Me está viendo…?
Che ché.- Estarás en mi mente antes que la razón.
Fidel.- No. Me lo imagine; tiene la mirada perdida.
Che ché.- Ponme junto a ella.
Fidel.- Encima.
Che ché.- Quiero soñar su último abrazo.
Fidel.- Nadie me vio.

Espinas

Amanda.- ¿Siempre fuiste así de feo? De niña yo creía que era una princesa, pensaba que mi voz era como la de mi mamá y repetía sus palabras y sus maneras en todas partes: Buenas tardes señora Rosa; este calor insoportable. Déme medio de pechuga, pero que no tenga tanto pellejo. Ay, esta niña, me saca de quicio. Todo el día repitiendo como perico. Cállate aunque sea por cinco minutos.

Che ché.- Si ustedes se pueden brincar la reja, yo también puedo; el que sea mongol no quiere decir que sea pendejo. Lo que pasa es que no quieren que les espante a sus novias. Si ya los vi como se meten a fajar en medio de los tinacos. A ver, ¿cómo si me llevaron el día que querían que espantara al niño ese de la bicicleta verde?

Amanda.- Me miré al espejo y pensé que estaba viendo a otra persona. ¿Quién es? Tengo la cara horrible. ¿Por qué nunca me dijeron que era así? ¿Cómo iba a saber? Si cuando escucho mi propia voz me la imagino totalmente diferente: como la de una niña normal (…) Ya no quiero ir a la escuela. ¡Déjenme! No voy a salir, no voy a salir nunca.

Che ché.- Por eso me atoré, venía pensando que era un imbecil en lugar de fijarme como ponía los pies. Sino es la primera vez que me pasa; lo que pasa es que ahora ya estoy más grande y ya no se me resbaló tan fácil.

Amanda.- ¿Cómo crees que vamos a poder estar juntos? Si uno solo ya es patético. Quítate que me ensucias; ni siquiera te has bañado. Mi novio es Fidel ¿Entiendes? Fidel.

Che ché.- Fidel… Fidel… Fidel… Fidel…Soy una ambulancia… Fidel… Soy la luz roja que gira por sobre todo; el incesante alarido atravesando la ciudad a todo galope: Fidel, Fidel, Fidel, acabaste con ella Fidel, no le dejaste ni un suspiro Fidel. Fidel, Fidel, Fidel…

Amanda.- Lodo… aserrín con lodo… pegamento de hebras y astillas; el lodo esta hecho de espinas de aserrín y hierve; no se me despega con nada.

Che ché.- ¡No se la lleven! Amanda… te voy siguiendo…¡Apaguen esa sirena!

Amanda.- Manuel, ¿Qué tengo? Quítamelo, mira, ¿Qué es? Se me está metiendo por la piel, me pica, arráncamelo. Quítamelo con tus uñas sucias. Manuel, por favor, yo no puedo.

Che ché.- Fidel… Fidel… Fidel…

Por el amor de dios.

Luz’ma.- Perdóname hijo, por no haberte podido venir a ver antes; yo también me puse mal: parece que la arritmia me provocó lagunas mentales… Como cuando se me olvidan las cosas, pero ahora fue más grave: me encontraron dormida en la mitad de calzada de Tlalpan y yo todavía no reaccionaba. Así estuve hasta que de plano me tuvieron que dar medicina para que me compusiera. Entonces le pedí a la señorita que te avisara donde estaba y al rato me contestaron que tú también estabas en un hospital –no sabes como sufrí mientras no me dejaban salir del hospital por nada del mundo, hasta que no consiguiera alguien que se hiciera responsable; así que tuvieron que localizar a tu tía Olivia hasta Tlaxcala-. Cuando por fin llegué aquí, me mandaron con un ministerio público que me dijo todas esas cosas horribles de que te están acusando. Pero no te preocupes mi vida, yo se que no es cierto. Ahorita lo importante es que tú estés tranquilo, porque esa inmovilidad que tienes es por nervios –se llama embolia-. La señorita dice que ya estás recuperando movimiento en el pié derecho, pero es mejor que no te quiten el yeso hasta dentro de un mes… No intentes hablar… Mira (…) tienes que ser muy paciente y portarte muy bien con todos y hacer caso de todo lo que te digan, porque así se van a dar cuenta que no eres la persona que dicen… ahora resulta que yo no puedo hacerme responsable por ti y Olivia ya tiene muchos problemas… voy a hacer lo posible para sacarte, pero lo más seguro es que de aquí te manden a otro lugar, como la escuela especial en la que estuviste. Por favor respeta a la gente que se encargue de cuidarte. Manuel, yo ya no sé cuanto te voy a durar; tienes que madurar lo más pronto posible para que le seas útil a tu tía y se convenza de que te vayas con ella. Haz un esfuerzo por el amor de dios. No me veas así, que no puedo saber lo que quieres decir; mejor descansa, ya se acabó la visita. Voy a tratar de venir mañana, sino puedo, pórtate bien…

Escapa antes que te blanqueen el cerebro.

Pedro.- Tu presencia me delata (…) ¿Eres nuevo? Te voy a dar un consejo: escapa antes que te blanqueen el cerebro. Ahora aléjate; no quiero que te vean junto a mí. ¿No entiendes? ¡Que te vayas!
Fue él. Yo no le estoy diciendo nada. Está loco (…) él me lo dijo. Me lo acaba de decir; ahorita estaba hablando con él.
Tuviste suerte, a ese no se le escapa nadie. ¿Sabes como le dicen? El vigilante. Está aquí desde el principio, igual que yo, igual que tú.
Che ché.- No me interesa.
Pedro.- Cállate: tu voz me delata. ¿No ves que me pones en evidencia?
¿No que no hablabas? (…) ¿Hablaste? (…) Tú eres de la organización que mandaron del útero para volverme loco, pero no lo van a conseguir porque yo si tengo mamá. Mis ojos son idénticos a los de ella. Míralos. ¡Míralos! I-dén-ti-cos. Tú nunca conociste los ojos de tu madre. ¿Los conociste?
Che ché.- Ahora lo dudo.
Pedro.- Yo sé quien eres. A mí me mandaron del mismo lugar, solo que yo si alcancé a completar la forma humana; por eso no pueden descubrirme; a menos que tú me delates, pero no te conviene porque somos los últimos. Ya no van a mandar a nadie más: nos abandonaron en este planeta. ¿No me crees? Ven. Mira esto.
Che ché.- Un juguete.
Pedro.- Eso parece, pero es una conexión. Te conecta con el útero como un teléfono, sin necesidad de cables, pues la señal viaja a través de la atmósfera como…
Che ché.- Como un celular.
Pedro.- Si… ¡No! Como una conexión para hablar con el útero; una conexión aérea.
Che ché.- Tu pensamiento es de juguete.
Pedro.- ¿Estás conmigo o con ellos? Te iba a dejar que te comunicaras con el útero y me sales con esas ideas fantásticas. ¿De donde sacaste eso del celular?
Che ché.- Finges ser de verdad.
Pedro.- No puedo permitir que entres en contacto con la conexión; aunque quisiera prestártela, no podrías comunicarte; no tienes las aptitudes para hablar con el útero.
Che ché.- Dijiste que yo venía del útero.
Pedro.- ¿Eres retrasado? Todos venimos de algún útero, eso no quiere decir que podamos hablar con él. ¿Has hablado con algún útero? Vete, aléjate de mí; me delatas.

Nocturno.

Pedro.- ¿Qué será, qué será, qué será? ¿Qué será de mi vida, qué será? Si se mucho o no se nada, de mi vida que será. Será, será lo que será…
Che ché.- Oye… Pedro, ¿te puedes callar?
Pedro.- No estoy hablando.
Che ché.- Estabas cantando.
Pedro.- Lo hacía en una dimensión inaudible.
Che ché.- No sirve.
Pedro.- No puedo dormir sino canto.
Che ché.- Piensa en una historia.
Pedro.- ¿Para que?
Che ché.- Para dormir.
Pedro.- ¿Cómo sabes?
Che ché.- Así duermo yo.
Pedro.- ¿Por qué haces eso?
Che ché.- Porque así me dormía mi mamá.
Pedro.- Ah… ¿Y luego?
Che ché.- Nada.
Pedro.- Cuéntame.
Che ché.- Pues (…) había un príncipe… una estatua de un príncipe en medio de una plaza, que todo el mundo conocía…
Pedro.- Cuéntame más de tu mamá.
Che ché.- ¿Mi mamá?
Pedro.- ¿Cómo te dormía?
Che ché.- Se acostaba junto a mí. Me decía que me tapara bien los pies y me contaba un cuento.
Pedro.- ¿Y te tapabas los pies?
Che ché.- Si.
Pedro.- Que hermoso.
Che ché.- Aja.
Pedro.- ¿No dejaba pasar un día sin taparte los pies?
Che ché.- Yo me los tapaba.
Pedro.- Pero ella siempre te recordaba.
Che ché.- Es que cuando era niño me enferme de los pulmones y ya me iba a morir.
Pedro.- ¿Y te salvó de morir?
Che ché.- No.
Pedro.- Porque te cuidaba, te salvó de morir.
Che ché.- No es eso, sino que (…) Se le apagó la voz de la mente…
Pedro.- (…) ¿Y?
Che ché.- No hay más.
Pedro.- ¿Qué será, qué será, qué será…?
Che ché.- Oye… Pedro, ¿puedes cantar otra cosa?
Pedro.- ¿Qué cosa?
Che ché.- No sé. Cualquiera menos esa.
Pedro.- ¿Por qué?
Che ché.- Me pone triste.
Pedro.- Ah, esta bien (…) ¿Quieres que te preste la conexión?
Che ché.- No.
Pedro.- ¿Qué puedo hacer por ti?
Che ché.- (…) Usa mi voz.
Pedro.- ¿Cómo crees?
Che ché.- Quiero saber lo que escuchas cuando hablo.
Pedro.- Yo nunca te haría eso Manuel. ¿Por qué lo dices? A mí ni siquiera me gusta imitar.
Che ché.- Quiero entender Pedro. Los oídos enceguecen cuando el sonido es pronunciado por labios propios.
Pedro.- Después vas a decir que lo hice para burlarme de ti y todo el mundo se va a enterar.
Che ché.- ¡Búrlate!
Pedro.- (…) ¿Qué quieres que diga?
Che ché.- Puedes escoger.
Pedro.- (…) Che che che che che che che che che che che che che che che che che che…
Che ché.- Nunca canto eso.
Pedro.- Pero lo piensas.
Che ché.- No sabes que pienso.
Pedro.- Se te ve en los ojos.
Che ché.- Imaginas.
Pedro.- Dijiste que no te ibas a enojar.
Che ché.- Metiste a mi mente en la burla.
Pedro.- Pensé que sonaba igual que tu voz.
Che ché.- Ojalá pudieras escuchar mi mente.
Pedro.- ¿De verdad quieres que la escuche?
Che ché.- Ahora lo quiero.
Pedro.- Pega tu frente a la mía.
Che ché.- Mis palabras no son juego.
Pedro.- Déjame intentarlo.
Che ché.- Platica con tus juguetes.
Pedro.- ¿Qué te da miedo?
Che ché.- Ser como tú.

Pausa.

Pedro.- Piensas que estoy loco.
Che ché.- No.
Pedro.- Si. Lo crees; lo estás pensando ahora mismo y ¿sabes que? La voz de tu mente suena mucho más vulgar que la de tu boca. Y además… ¿Quién te crees? Tienes síndrome de Down, por eso nadie entiende lo que dices. Eres un retrasado mental.
Che ché.- Ya lo sé.
Pedro.- ¿Ya lo sabes?
Che ché.- Si.

Pausa.

Pedro.- ¿Crees que estoy loco?
Che ché.- Si.
Pedro.- Bueno… está bien. Buenas noches.
Che ché.- Buenas noches.

Pausa.

Pedro.- Si me llaman el loco, porque el mundo es así. La verdad si estoy loco, pero loco por ti…

Que dirán

Olga.- Eso si, porque si en algo me esmeré, fue en que tuviera educación. Si ya había nacido con cara de bulto, por lo menos que aprendiera a comportarse como persona.
Fidel.- Pues la verdad es que, dentro de lo que cabe, por momentos no parecía que estuviera retrasada.
Olga.- No, no parecía. Era lista la condenada.
Fidel.- No merecía morir así.
Olga.- Siempre fue buena hija.
Fidel.- ¡Pobrecita!
Olga.- (…) Ahora lo quieren hacer pasar por loco al desgraciado ese. ¿Qué fácil no? Pero ni crea que me voy a quedar con los brazos cruzados, mientras el pervertido se burla de todo el mundo fíjese.
Fidel.- Ya ni le mueva.
Olga.- Siempre se me quedaba viendo los pechos. Les dije que no podía andar suelto por el edificio, que lo tenían que amarrar, pero nadie me escuchó.
Fidel.- Por lo menos ya está encerrado.
Olga.- Les dije que la mamá estaba loca y hasta la vieja del siete se tuvo que meter a defenderla. Ahora ya le quieren componer diciendo que está mal del corazón. ¿Qué tiene que ver el corazón con la cabeza? A mí que no me quieran ver la cara.
Fidel.- ¡Chale! Caras vemos…
Olga.- Si; ya me imagino lo que no han de decir de mí. Porque eso sí, para inventar la gente se pinta solita, pero yo tenía razón. Ya los quisiera ver tratando de educar a una hija de ese modo; entonces que hablen, a ver si tienen boca.
Fidel.- Solo dios sabe por que los hace así.
Olga.- ¡Chismosos!
Fidel.- Ni hablar.
Olga.-
Fidel.-
Olga.- ¿Por dónde quedaron mis calzones?
Fidel.- Acá.
Olga.- Fíjese por favor que nadie lo vaya a ver en el pasillo cuando salga. Todavía estoy de luto.

Sálvate tú.

Pedro.- No me habías dicho que podías caminar bien… ¿Lo sabe alguien más…? Será mejor que no lo rebelemos por el momento. Puede ser una carta a nuestro favor. Ahí viene el vigilante, finge que aún te mueves como pescado (…) Tienes razón, mejor quédate quieto para no levantar sospechas. Cualquier error podría delatarnos.
Buenas tardes. Aquí estamos, tranquilos, tomando el sol (…) No habla nuestro idioma; es de otro país (…) Es de Mongolia.
Se lo creyó todo. ¿Viste la frialdad en su mirada? Ten cuidado, a veces puede ser invisible (…) ¿La señora que te vino a ver es tu mamá? Es como me la imaginé: su cabello largo, sus pechos enormes, su mirada firme. ¿Qué te decía?
Che ché.- Es mi tía.
Pedro.- ¿Olivia? ¿La que no te quiere? ¿A que vino? A lo mejor está arrepentida por las cosas que te decía cuando eras niño. No tienes que desconfiar de todo (…) ¿No quieres hablar? (…) Por mi está bien (…) podemos quedarnos viendo la barda hasta que se convierta en otra cosa (…) ¿Hacia allá está tu planeta? Lo supe por tu mirada: tienes un planeta clavado en los ojos (…) Yo hago lo mismo. Mi planeta se ve de aquel lado, por encima de los dormitorios. Cuando me bajaron por primera vez, todavía no estaba nada de esto. Lo construyeron después. ¿Sabes por qué? (…) Aquí no puede entrar la organización, estamos a salvo.
Che ché.- Déjame usar la conexión.
Pedro.- La… ¿La conexión? Aquí está. Tienes que apretar el botón… ya no sirve el foquito…
Che ché.- Si señora, estoy con Pedro. Adiós.
Pedro.- ¿Quién era?
Che ché.- Tu mamá.
Pedro.- ¿Mi mamá...? ¿Que te dijo?
Che ché.- Que te calles.
Pedro.- ¿Que me...? No hablaste con nadie; la conexión ni siquiera funciona así. ¿Sabes por qué? Te advertí que no tenías las aptitudes para hablar con el útero; ahora te van a buscar para blanquearte la mente y no te van a dejar en paz nunca… ¡No trates de escapar! Te van a esperar al subir esa barda (…) ¿A dónde vas? No hablaba en serio, ellos no quieren blanquearte la mente, sólo quieren que respetes la conexión…
Che ché.- Busca tus propios pasos. Aquí voy solo.
Pedro.- No. Separarnos nos pondría en evidencia.
Che ché.- Voy a cruzar el margen de tu mundo.
Pedro.- Pero está la reja.
Che ché.- Ese es el camino.
Pedro.- Afuera es muy peligroso; tienes que quedarte de este lado porque si nos separamos se va a romper el cordón. Acuérdate que somos los últimos (…) Si tú puedes, yo también puedo (…) Si me llaman el loco, porque el mundo es así…
Che ché.- No cantes.
Pedro.- No puedo escapar sino canto – la verdad si estoy loco, pero loco por ti…
Che ché.- Adiós.
Pedro.- Espérame.
Che ché.- Es tarde.
Pedro.- No puedo correr mientras canto (…) estoy perdiendo mucho oxigeno; debimos traer cascos (…) Me rindo. Sálvate tú Manuel (…) No dejes que se pierda el mensaje (…)
Che ché.- ¡¿Qué esperas?!
Pedro.- No te preocupes por mí, huye; voy a pedir ayuda del útero… ¿Qué haces…? ¡Es mi conexión! Detente o no respondo por lo que la organización le haga a tu mente (…) ¡Detente maldito mongol!
Como te ven, te tratan.

Luz’ma.- ¡Fidel, Fidel!
Fidel.- Luchita. ¿Qué pasó? ¿Qué hace aquí?
Luz’ma.- Fidel, ayúdeme a encontrar a mi Manuelito, que se me escapó.
Fidel.- ¿Manuel? ¿Cómo que se escapó?
Luz’ma.- Mi niño, Fidel. Ya lo busque por todos lados y no lo encuentro, no está.
Fidel.- ¿No estaba en el psiquiátrico?
Luz’ma.- Lo trató de agarrar la maestra de tercero, pero le dio una patada y se echó a correr.
Fidel.- Pero, ¿eso cuando fue? ¿Usted con quién viene? ¿Quién la trajo?
Luz’ma.- Yo le había puesto su disfraz de pollito, para que bailara con los demás niños, pero él no quería, porque le daba pena. Me dijo que se iba a escapar; ya me lo había dicho.
Fidel.- ¿De que habla? ¿Cuáles niños? Usted no está bien. ¿Ya se le volvió a ir el avión?
Luz’ma.- La maestra de tercero lo trató de agarrar y no pudo, ni tampoco el maestro de educación física. Es muy fuerte Fidel, muy fuerte. Tengo miedo de lo que pueda hacer…
Fidel.- Usted está diciendo cosas que no son. ¿A ver? ¿No trae una identificación, un teléfono para avisarle a su familia?
Luz’ma.- Déjame marrano. Tienes la cara llena de pus…
Fidel.- Estése quieta.
Luz’ma.- ¡Suéltame!
Fidel.- ¡Pendeja!
Luz’ma.- ¡Me mata! ¡Me quiere matar el cacarizo!
Fidel.- Cálmese Luchita, no fue a propósito.
Luz’ma.- ¡Ay, mi Manuelito! ¿Dónde estás muñequito? Ven ya, que me estás volviendo loca.
Fidel.- ¿A dónde va? Espérese que se va a poner más mal.
Luz’ma.- ¿Qué vas a hacer Manuelito? Tengo miedo.
Fidel.- Aguante Luchita. ¡Señora Lucha!

6:00 PM

Pedro.- Me quedé sin nada (…) No. Ya no tengo nada, nada, nada (…) nada, nada, nada (…) para ti no tengo amor. No, no. No tengo amor ni tengo nada…
Luz’ma.- Yo sabía (…) yo me acordaba de quien cantaba esa…
Pedro.- Déjame vivir. ¿Por qué no me comprendes que tú y yo, no; no, no; no, no tenemos ya; ya nada que decirnos sólo adiós…?
Luz’ma.- Era (…) la cantaba un maricón.
Pedro.- La cantaba Rocío Dúrcal.
Luz’ma.- Rocío, si. Era (…) ¿Quién?
Pedro.- Rocío Dúrcal.
Luz’ma.- Y un maricón.
Pedro.- Juan Gabriel no es maricón.
Luz’ma.- Ándale, ese: Juan Gabriel.
Pedro.- No es maricón.
Luz’ma.- No, no es (…) ¿Qué?
Pedro.- Maricón.
Luz’ma.- ¿Qué estabas cantando?
Pedro.- La de (…) no se como se llama.
Luz’ma.- Yo tenía (…) perdí a mi hijo.
Pedro.- Yo tenía una conexión.
Luz’ma.- Nació malito y… se escapó.
Pedro.- Un mongol la rompió para hacerme su esclavo y comerme los intestinos poco a poco sin que me diera cuenta, pero yo ya había penetrado su código. Pronto van a bajar a buscarlo para darle una lección: ¡Una lección mongol!
Luz’ma.-
Pedro.- (…) ¿No tienes nada, nada, nada, nada, nada? Que no, que no, que no…
Luz’ma.- Esa era la canción.
Pedro.- (…) mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm…
Che ché.- Pedro… ¡Mamá! Por fin (…) ¿Puedo abrazarte? Tu gesto me lo impide. Soy yo. ¡Manuel!
Luz’ma.- Manuel es mi niño.
Che ché.- Si mamá, tu vida. Y tú eres la mía. Déjame sentir que de veras estás aquí.
Luz’ma.- Tú eres Manuelito… tranquilo niño. ¿Por qué no te has bañado?
Che ché.- Tú también traes encendido el aroma. Voy a llevármelo en el aliento.
Luz’ma.- Me aprietas.
Che ché.- Perdón, me desbordas.
Luz’ma.- Tengo mucho sueño.
Che ché.- Aquí estoy para que sueñes. Descansa.
Pedro.- (…) ¿No tienes nada, nada, nada, nada, nada? Que no, que no, que no…
Che ché.- Tu conexión.
Pedro.- Gracias. mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
Che ché.- Me causa ternura y risa recordar los tropiezos de tu conciencia, pero cuando estás bien, adquieres una figura indudable, incuestionable; una afirmación del mundo, el único en que aprendí a vivir…
Pedro.- mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
Che ché.- ¿Cómo te sientes? ¿Mejor?
Luz’ma.- Si hijo, un poco mareada.
Che ché.- Te ves pálida.
Luz’ma.- Tu eres Manuel, pero ya no eres igual; algo se te metió en la cabeza.
Che ché.- Mamá: voy a rebasar el margen de nuestro mundo y sé que no hay vuelta.
Luz’ma.- No te preocupes, me voy a ir a mi pueblo.
Pedro.- Tenemos que regresar a la clínica.
Che ché.- Sumérgete en tu locura.
Pedro.- No puedo. Ya se me entumieron los labios.
Che ché.- Usa otra letra (…) Perdóname mamá, ya no voy a regresar a la clínica…
Pedro.- Sino regresamos, nos van a blanquear la mente.
Che ché.- Si nos agarran, nos la van a blanquear.
Pedro.- A tu mamá la agarraron.
Che ché.- (…) Si… Perdóname Pedro.
Pedro.- rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
Luz’ma.- Manuel. ¿Quién es este señor?
Che ché.- Es un compañero de la escuela especial.
Luz’ma.- Está muy grande.
Che ché.- Así lo dejaron entrar.
Pedro.- Mi edad estelar es mucho más larga de lo que pueda imaginar. Esta es mi novena reencarnación en este planeta. rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
Luz’ma.- Hace como gato.
Che ché.- Descansa (…) Pedro, ¿me haces un favor?
Pedro.- No. rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
Che ché.- Voy a conseguir comida. Quédate con ella.
Pedro.- No me dejes con la loca.
Che ché.- ¿Quieres sándwiches o pan con leche?
Pedro.- Pan de dulce…

Agárrenlo a él

Luz’ma.- Manuel, hijo; ya me estoy empezando a sentir mejor. ¿En dónde estamos?
Pedro.- En la azotea de un edificio.
Luz’ma.- Si. Estos son los tinacos viejos que iban a tirar desde que pasó lo del temblor (…) Tengo sed.
Pedro.- Che che che che che che che che che che che che che
Luz’ma.- No cantes eso hijo
Pedro.- No soy tu hijo.
Luz’ma.- ¿Qué pasó? (…) Te escapaste de la clínica (…) Tenemos que bajarnos de aquí Manuel.
Pedro.- No soy Manuel.
Luz’ma.- Hace un año que no me hablabas, pero yo me acuerdo bien de tu mirada.
Pedro.- Nos vas a delatar.
Luz’ma.- Nos vamos a bajar de aquí ahorita mismo, quieras o no.
Pedro.- Yo voy a ver donde está Manuel.
Olga.- ¡Ahí están! ¡Arriba de ese tinaco!
Luz’ma.- Ayúdennos a bajar por favor.
Olga.- ¡Esa es la madre del asesino!
Luz’ma.- Mi hijo no es ningún asesino.
Olga.- ¡Apúrense, antes que se vuelvan a escapar!
Luz’ma.- No nos estamos escapando de nada. Ahorita nos vamos a bajar solos.
Fidel.- ¡Agárrenlo a él!
Luz’ma.- Ven acá Manuel. ¿A dónde vas?
Fidel.- No lo dejen que se vaya pa’ la reja.
Olga.- ¡Asesino! ¡Mató a mi hija! ¡La violó!
Luz’ma.- Su hija se suicidó por que estaba loquita.
Fidel.- Ya se les fue… ¡Puta madre!
Olga.- Esta es la autora intelectual. Ella le dijo lo que tenía que hacer…
Luz’ma.- ¡Vieja arguendera, chismosa!
Olga.- A mi no me levantes la mano, ¡gata!
Fidel.- Todavía lo alcanzan por el callejón. Es de este lado; de volada.
Luz’ma.- ¡Desgraciada!
Olga.- ¡Suelta!

El hueco del pasillo

Fidel.- Amanda.
Amanda.- No Fidel, yo ya estoy muerta.
Fidel.- Pero tu aroma…
Amanda.- Es el olor del hueco del pasillo.
Fidel.- Es que… no me di cuenta que iba a ser para siempre.
Amanda.- Estabas ocupado.
Fidel.- No sé porque lo hice. Lo chingué todo, pero ya estabas muerta. Yo sé que de todas maneras fue una pinche aberración; es que sentí que ya no te iba a poder tener nunca. Era mi última oportunidad y a la mejor así ya se me quitaban las ganas de estar contigo, porque tú sabes que en cualquier rato nos iban a descubrir.
Amanda.- Te dije que no me importaba.
Fidel.- Si, me dijiste. Y entonces a mí se me ocurrió esta idea de que nos escapáramos y nos escondiéramos bien lejos, pero era una pendejada: nunca nos hubiéramos terminado de esconder.
Amanda.- Porque nadie iba a aceptar que tuvieras una relación con alguien como yo.
Fidel.- Cuando a las gentes se les mete la idea de que algo está mal, hacen todo lo que pueden por mantenerlo prohibido. No sabes de lo que son capaces.
Amanda.- Lo supe gracias a ti.
Fidel.- Me costó mucho entenderte; no a ti, sino lo que sentías. Porque uno se aguanta hasta la risa con tal de que no lo vean sufrir. Y yo me aguantaba las ganas de saber que tú estabas sufriendo, para no tener que preocuparme de eso mañana y noche. Así aguanté hasta que te fuiste y ya no hubo oportunidad de aclarar nada, ni de decirte que me perdonaras por todas las pendejadas que te había hecho, porque me di cuenta de que la persona con la que más la cagué en la vida fue contigo.
Amanda.- Ya la habías cagado antes.
Fidel.- ¡No! Eso fue puro deseo. Era una niña hecha de fotos de revistas y televisión y yo tenía derecho a tomarla como se toma un refresco, aunque a ella le dieran asco los hoyos de mi rostro. Pero a ti nunca te dieron asco; me acariciabas las mejillas y me mirabas como si fuera normal; tú siempre hacías que todo pareciera normal aunque no lo fuera. Y yo te traté como a esa niña, en lugar de hacerte sentir amada como hacías conmigo y fue en lo que más la cagué porque yo te amaba.
Amanda.- ¿Por qué no me lo dijiste antes que me matara?
Fidel.- ¿Por qué no te lo dije?
Amanda.- ¿Por qué?
Fidel.- No sé, no sé. Estaban todas las demás cosas y yo pensé que no lo ibas a entender. Nunca se me ocurrió… ¿Por qué me preguntas? No sé que pasó. Yo no quería… tú no existes, no estás aquí. ¿Por qué me estás jodiendo? Vete a la chingada, pinche diablo. ¡Déjame en paz!

Nada más tantito

Che ché.- Dejó de ser sueño esta pesadilla.
Fidel.- Che ché, vamos afuera, aquí está muy encerrado.
Che ché.- Nuestro asunto es intimo.
Fidel.- ¿Que asunto? Déjame pasar.
Che ché.- ¿Ahora mi voz se ha hecho dúctil?
Fidel.- Era puro cotorreo, ya lo sabías.
Che ché.- La broma traspasó su limite.
Fidel.- ¿Si? Que cagado, porque yo ni me enteré. Cuando me desperté ya había pasado todo el desmadre y ni creas que alguien me vino a informar como estuvo el pedo.
Che ché.- Se ha vuelto poco confiable la memoria…
Fidel.- Bueno, ya estuvo cabrón. ¿Qué traes? Al chile llégale de aquí o vales verga. ¿Cómo ves?
Che ché.- ¿Con esto? Se perdió de tu mano.
Fidel.- Dame acá ese cutter
Che ché.- No necesito tu navajita para arrancarte los miembros.
Fidel.- ¿Qué quieres? Me cae que yo nunca tuve ningún pedo contigo. ¿No te hice un chingo de paros cada vez que pude?
Che ché.- ¿Vas a cobrar ahora ese gesto?
Fidel.- Escúchame güey: tú sabes bien que ya había algo entre Amandita y yo. Ella te lo dijo; no fue contra su voluntad. Lo que pasó ese día fue una pendejada, yo no la maté. Lo que pasa es que se me subió el pinche diablo. La cagué, pero ya estaba muerta.
Che ché.- Todos la cagamos.
Fidel.- No seas puto, deja mis pantalones güey. ¡Mi brazo!
Che ché.- Yo nada más quiero que sientas lo que ella sintió.
Fidel.- ¿Qué haces? Suéltame cabrón, ¿Qué traes? ¡Suéltame!
Che ché.- Va a ser rápido.
Fidel.- No mames. Espérate cabrón. ¡No mames…!
Che ché.- ¿Eso fue un gemido? ¿Te gusta verdad? Toma. ¡Toma! Gime más, gime…
Fidel.- …suéltame…
Che ché.- Tantito; nada más tantito, en lo que me vengo.
¿Se acabó? (…) No sirvió de nada. Sigo teniendo el corazón latiendo en medio de las palabras. El odio me está trastornando más allá de lo que había calculado y si no logro apagarlo, voy a perder el sentido que me dejaba desnudo ante el mundo; las cosas van a saltar amenazantes a mi paso y todo aquello que llegó a parecerme un regalo de la vida, tendrá pegada una amenaza en contra de mis pasos. No habrá más juicio que el que concluye ahora de manera arbitraria y no tendrá medida su castigo.

Pausa.

Fidel.- ¡Hijo de la chingada!
Che ché.- Así. Si. ¡Si! Quiébrame, rómpeme o yo te parto en pedazos.
Fidel.- ¡Dámelo!
Che ché.- ¿Quieres el martillo? ¿Lo quieres? ¡Tómalo, ahí esta! ¡Te lo estoy poniendo en la tu mano!
Fidel.- Ya, ya por favor, ya…
Che ché.- ¿O prefieres en el hombro? ¿En el corazón? ¡¿Quieres que te ajuste los clavos del amor?!
Fidel.- ¡YA NO…!
Che ché.- No, mejor los de la cabeza. Esos si los tienes bien jodidos, bien pinches jodidos. Tu cara tiene mala piel para los martillazos; esos hoyos los dejaron todos los tornillos que se te zafaron, los tienes todos batidos en sangre (…) Toma tu pinche martillo, no sirve.
¿Dónde dejé mis pensamientos…?
Esa luz se ve roja por que viene del sol (…) Tengo la impresión de que todo está así desde hace un año…
estaba tratando de recordar como era…
¿Qué le pasa a la luz? Se confunde como los colores de mi mente: rojo, azul, girando sin sentido. ¿Es a mí a quien apuntas con tus faros? Te equivocaste: no creo en la justicia que viaja sobre neumáticos. ¡Mi voz es mas dura que tus alaridos!
Luz’ma.- ¡Alto! ¡ALTO! No le hagan nada, es un niño, es mi hijo.
Che ché.- Ya se a que vienen, los estoy esperando.
Luz’ma.- No se lo pueden llevar, el no vio nada.
Che ché.- Yo fui. Yo me chingué al pinche cacarizo: le aplasté la cabeza con el martillo.
Luz’ma.- SI hijo, no te asustes. Ya nos vamos a ir a la casa. ¿Pueden apagar sus faros?
Che ché.- Nadie se va a volver a burlar de mí.
Luz’ma.- Ya se que tú no fuiste. Cálmate para que vean que estás bien. Ahorita nos vamos.
Che ché.- ¡Me llamo Manuel!
Luz’ma.- ¿No ven que es un niño?

ATARDECER

Che ché.- Pedro (...) Algo le falta a tu mirada. Como si (...) estuvieras dormido.
Siempre has tenido la máscara del ensueño, pero ahora tu rostro está demasiado (...) desencajado.
Y ¿qué pasó con tu ritmo externo? El incesante baile de tus cejas y las vueltas de tu cuello. ¿Ya no temes por el complot silencioso que la gente fragua entre palabras que se esconden detrás de las palabras?
Tienes razón. Es cierto; no tan exagerado, pero cierto.
Tienes razón en exagerar, ese es el modo en que la gente le da importancia a las arbitrariedades con que nos califican. Y nosotros también deberíamos exagerar para hacer patente la gravedad de su negligencia. ¡Vaya! Me siento como un tonto por haber menospreciado tus motivos.
¿Qué pasa Pedro? ¿Por qué no me contestas nada?
Pedro.- Perdón Manuel, me estaba deleitando con el sonido de tu voz. Es la primera vez que te escucho. A veces la verdad es lo contrario de lo que vemos.
Che ché.- ¿Qué opinas?
Pedro.- Tu voz es muy dulce.
Che ché.- La corporación, el útero, tu planeta; es de lo que hablo.
Pedro.- No lo sé Manuel. Creo que no tenía ninguna respuesta. Hay cosas así.
Che ché.- ¿Por qué hablas de mi voz?
Pedro.- Aunque hubiera intentado enfocar mis sentidos deliberadamente en lo que ahora percibo, jamás lo hubiera relacionado contigo.
Che ché.- Siento una bruma, parecida a la del sueño.
Pedro.- Yo antes soñaba con tormentas oscuras que azotaban las ventanas y se colaban por entre las rendijas; ahora todo está en calma, las noches y los días llevan el mismo ritmo que pasa sin sobre saltos.
Che ché.- Me agarraron en el taller del cacarizo. Al primero le enterré los dedos en el cuello y los ojos en el alma; los demás me golpeaban, pero no podían tocarme; sólo escuchaba la voz de mi madre repitiéndoles que me dejaran. Entonces la descarga eléctrica me llevó por lugares y voces, relámpagos sucedidos por agujeros negros y oleadas de agujas sacudiéndome la sangre hasta hace un rato... No había tenido un pensamiento hasta que apareciste frente a mi vista.
Pedro.- Yo ya casi no pienso, prefiero olfatear, percibir sonidos lejanos; hay muchas cosas a las que les restamos importancia, mientras nos preocupamos por trivialidades que sólo involucran a la razón: el tumor más desarrollado de nuestros miedos.
Che ché.- ¿Por qué te alimenta la enfermera? ¿No puedes... masticar? ¿Qué te pasó Pedro, qué tienes?
Pedro.- Te dije que nos iban a blanquear el cerebro.
Che ché.- ¿La corporación?
Pedro.- Los médicos Manuel, la lobotomía.
Che ché.- ¡No me metas esa mierda en la boca! No quiero que nadie me dé de comer. ¿Por qué no aparecen mis manos al sonido de mi voluntad? ¿Qué me hicieron? No puedo mandar sobre este cuerpo, mi mente es una idea que flota encerrada aquí. ¡Quiero salir!
¡SALIR!
Por piedad, escúchenme. ¡Alguien! ¡Déjenme salir! ¿Dónde están las ventanas? ¿Las puertas? Este laberinto es la prisión más macabra que pueda concebir jamás la mente.
¿O es sólo la mente un laberinto?
¡Respuestas! Ya veo lo poco que vale una buena conciencia. ¡Aire! ¡VOLUNTAD! ¿Qué es esto? ¿Qué soy? Maldita necedad anegada; agua mala; mutilación; engendro. No puedo vivir, no puedo. No voy a descansar viviendo.
¿Madre?
Sol…
me quiere cortar el viento…
nadie está a salvo del infierno…
tengo…
sueño…

Pedro.- Hueles a sal, a humedad de juegos; hueles a días que traigo entre los dedos…

Noche.

Che ché.- Amanda.
Amanda.- ¿Qué pasa Manuel?
Che ché.- ¿Existe dios?
Amanda.- No sé.
Che ché.- ¿Aún no lo sabes?
Amanda.- Nunca lo supe.
Che ché.- Pero se supone... ¿Preguntaste?
Amanda.- ¿A quien?
Che ché.- No sé... ¿Quién está a tu lado?
Amanda.- Fidel.
Che ché.- Oye Fidel.
Fidel.- ¿Qué pedo?
Che ché.- ¿Existe dios?
Fidel.- No existe.
Che ché.- (...) ¿Como sabes?
Fidel.- Siempre lo supe.
Che ché.- No, pero... ¿Lo supiste aquí? ¿Lo confirmaste?
Fidel.- ¿Para qué?
Che ché.- Para saber. Este es el momento en que se aclaran todas las dudas. Amanda, ¿tú no recibiste una señal que te indicara algo?
Amanda.- Nunca me interesó saberlo.
Che ché.- Sin duda hay una señal. Debe ser una certeza repentina o algo así.
Amanda.- ¿Tú que crees Manuel?
Che ché.- ¿Yo? Yo creo que... Yo siempre quise saber si existía.
Amanda.- ¿Recibiste alguna señal?
Che ché.- No, pero... Pienso que tal vez existe.
Amanda.- Puede ser.
Fidel.- No existe.


TU FANTASMA

Personajes:

Miguel
Gulmaro
María
Cevero
Justo

Escenario:

La sierra
FANTASMAS

Miguel.- (off) Por que ya no quería sentir más dolor…
Se escuchan balazos, gritos de gente que cae y ordenes militares, pausa.

Entra Gulmaro acechando, Miguel lo sorprende.
Miguel.- ¡Quieto! ¡No te muevas! Muéstrame las manos.
Gulmaro.- ¿Por qué?
Miguel.- Porque te mato.
Gulmaro.- ¿Por qué?
Miguel le da con la cacha de la metralla. Gulmaro cae al suelo.
Miguel.- Por eso.
Gulmaro.- No creo, no se me hace bien.
Miguel.- Pinches indios mal paridos; almas mendigas. Por eso nunca van a salir de la mugre en que viven, porque tienen mierda en el cerebro.
Gulmaro trata de incorporarse, lo regresa de una patada.
Miguel.- ¿Ves? Son como mulas, igualitos todos: parece que los cagó una vaca. ¿Qué más da si les pegan un tiro?
Gulmaro.- Miguel...
Miguel.- ¿Quién eres? Quítatelo. Quítate el pasamontañas... ¡Qué te lo quites!
Lo golpea con la cacha de la metralleta fulminándolo, le quita el pasamontañas.
Miguel.- Gulmaro... Ahora andas de alzado... Te hubiera tronado antes de quitarte el pasamontañas.
Miguel le amarra las muñecas a Gulmaro. Se quita las botas para revisarse la pantorrilla de alguna herida o un moretón.
Justo off.- ¿Cómo andas Tocado?
Miguel.- Todo sereno.
Justo off.- ¿No oíste unos ruidos ahorita?
Miguel.- No negativo.
Justo off.- ¿Ya te estás sobando la pinche pantorrilla?
Miguel.- No.
Justo off.- Ráscatela si quieres un rato, aquí vamos a estar hasta que venga la camioneta… ¿Me oíste?
Miguel.- Afirmativo.
Justo off.- Nada más no te vayas a empezar a pirar tú solito… Atento.
Miguel.- Atento.
Pausa. Gulmaro reacciona.
Gulmaro.- Miguel…
Miguel.- ¿Te crees revolucionario?
Gulmaro.- María te dejó un recado. El día que se fue de tu casa me encargó que te lo dijera...
Miguel.- ¿Por qué no traes fusil? ¿Te lo vendían tan caro que no te alcanzó para comprarlo?
Gulmaro.- Se fue porque pensó que tú estabas molesto con ella. Me insistió que te dijera que te amaba; nunca pude pasarte el recado, pero a ella le importaba mucho.
Miguel.- ¿No sabes que su dizque comandante recibe dinero del gobierno? Una cuota mensual, para seguir alborotando indios.
Gulmaro.- Te esperó todo este tiempo sin respuesta.
Miguel.- ¿Por qué mejor no se ponen a trabajar, en lugar de estar pidiendo que otros les solucionen los problemas?
Gulmaro.- ¿Por qué no me contestas Miguel?
Miguel.- No sé de qué me hablas. No conocí a ninguna puta María.

Cambio de atmósfera.
María.-(limpiándose las lagrimas) Hola guapo. ¿No hablas? ¿Quieres bailar?
Miguel.- No sé.
María.- Yo te enseño.
Miguel.- No.
María.- ¿Por qué no me invitas una copa?
Miguel.- No traigo dinero.
María.- ¿Cuánto traes?
Miguel.- Veinte pesos.
María.- Ven… ¿Tienes muchas ganas? (se saca los calzones). Ven (lo besa), bájate los pantalones… A ver pues, te ayudo… Si ya estas listo; yo creí que te iba a tener que ayudar (abre las piernas). ¿Qué pasa?
Miguel.- Es que...
María.-(toma su mano y la lleva a su pecho) Tranquilo, tócame las nalgas; eso, así. Ahora súbeme la falda, no te pongas nervioso. ¿Por donde andas que no le atinas…? ¿Qué pasó; tan pronto? (lo besa). Te falta práctica, si quieres luego te doy unas clasecitas. Espérame tantito, voy a conseguir algo para limpiarnos.
Miguel.- Toma.
María.- ¿Qué pasó? A los que se quedan fuera no se les cobra hospedaje (lo limpia). Ni me has dicho tu nombre, ¿cómo te llamas?
Miguel.- Miguel.
María.- Eres de pocas palabras ¿Verdad Miguel? Yo me llamo María.
Miguel.- Mucho gusto.
María.- Y ahorita que vas a hacer, ¿o qué?
Miguel.- Me voy pa’ mi pueblo.
María.- ¿Qué, así eres para todo? No seas así, invítame a comer que no tengo dinero. O qué, ¿te caigo mal?
Miguel.- No (sonríe). Si quieres vamos.
María.- Ah, mira que bonita sonrisa. Te voy a llevar a unos caldos bien baratos que venden acá abajo, adelante del canal.
Miguel.- ¿Por donde?
María.- Tú síguele caminando, yo te aviso cuando hayamos llegado… ¡Córrele!
Miguel.- ¿Por qué?
María.- Ahorita te digo… aquí métete. No te espantes, nadie nos vio. Perdón, nada más quería pasar sin que nos viera alguien. ¿Te cansaste?
Miguel.- No.
María.- Oye Miguel, tú… ¿Tienes mujer?
Miguel.- No.
María.- Es que, yo ya estoy vieja para seguir trabajando. Vamos caminando y te platico.
Miguel.- ¿Y los caldos?
María.- ¡Chin! Era pa’l otro lado. No importa, ahorita nos encontramos otra cosa allá adelante. ¿Qué te iba a decir? Ha si. ¿No quieres que sea tu mujer?
Miguel.- ¿Mi mujer?
María.- No te tienes que casar conmigo ni nada, nada más llévame a vivir contigo y yo te puedo lavar y hacer de comer y lo que quieras te hago.
Miguel.- Pero, ¿tú no eres…?
María.- Yo ya no tengo nada que hacer aquí. Si quieres vámonos juntos, pero antes que se de cuenta mi patrón; llévame donde no me encuentren estos cabrones. Contéstame nada más: ¿si o no?
Miguel.- A buen paso, podemos llegar al pueblo mañana a las seis de la tarde.
María.- Vas a ver que te va a convenir, yo sé hacer un montón de cosas de casa; me gustan mucho las plantas. ¿A ti te gustan las plantas?
Miguel.- Para arriba…
María.- ¿Cómo?
Miguel.- Es para arriba el camino.
María.- Ahí voy… Yo no estoy acostumbrada a caminar tan rápido. ¿Y si nos quedamos aquí a dormir? Mira que bonitas estrellas.
Miguel.- Voy a conseguir agua.
María.- No, quédate. Me aguanto hasta mañana. Platícame algo.
Miguel.- ¿Qué?
María.- ¿Cómo te hiciste esa cicatriz en la pantorrilla?
Miguel.- Desde niño me enseñaron a no llorar.
María.- ¿Cómo?
Miguel.- Tenías que voltear la cara para que nadie te viera, pero como siempre hay alguien mirándote, tenías que voltear la cara hacia dentro de ti. Luego se te hace fácil ocultarte la cara, guardarte las lagrimas para después tirarlas en un paraje desierto. Y se te va haciendo vicio; hasta que no sabes hace cuanto que no lloras; cuando te acuerdas tienes guardada ahí una llaga; la cierras pensando que la vas a abrir luego, cuando sane un poco…
María.- ¿Dónde vas?
Miguel.- Al pueblo.
Miguel se echa a andar y maría lo sigue. Elipsis.
María.- Ahí voy, espérame. ¿Dónde?
Miguel.- Aquí.
María.- Pero… ¿Dónde está el pueblo?
Miguel.- Escóndete, viene alguien… Gulmaro.
Gulmaro.- ¿Que pasó? ¿Con quien vienes?
Miguel.- Necesito que me hagas un favor.
Gulmaro.- No tengo dinero.
Miguel.- Nada más déjame quedarme unos días en tu granero. Me voy a poner a trabajar con los guardias de la hacienda y luego-luego me voy pa’ otro lado.
Gulmaro.- No hay problema con el granero, ya sabes que no lo ocupamos, pero le vas a tener que componer el techo; ya vienen las lluvias.
Miguel.- Gracias.
Gulmaro.- ¿Por qué mejor no te pones a trabajar con la gente del pueblo?
Miguel.- Porque no me quieren.
Gulmaro.- Ya sabes lo que dicen de los caciques.
Miguel.- Nada peor de lo que dicen de mí.
María.- Buenas tardes.
Gulmaro.- ¿Tienen que comer?
Miguel.- Si.
Maria.- A Miguel le gusta cazar, pero se lo agradecemos. Yo me llamo María.
María le ofrece la mano a Gulmaro, este duda. Tocan sus dedos levemente y Gulmaro se aleja.
Gulmaro.- Yo me tengo que ir. Después platicamos Miguel (sale).
Miguel.- Vamos.
María.- Ya vi donde es. Si quieres tu ve a ver lo del trabajo.
Miguel.- No le abras a nadie. Si me tardo te comes las tortillas.
María.- Que te vaya bien…
María sale. Entran capataces.
Cevero.- ¿Cómo ves a este indio Justo?
Justo.- ¿Qué trae?
Cevero.- Dice que quiere trabajo.
Miguel.- Me dijeron que andaban agarrando gente.
Justo.- De que agarramos gente, agarramos gente. No’más que luego a la gente no le gusta como la agarramos. ¿Verdá tú?
Miguel.- Quiero trabajar.
Justo.- ¿Tenemos algo para este?
Cevero.- Pos no creo. ¿Qué sabes hacer?
Miguel.- Limpiar.
Cevero.- ¿Qué más?
Justo.- Ya tenemos quien limpie; lo que nos hace falta es quien se quiera ensuciar.
Miguel.- Aprendo lo que sea.
Justo.- ¿A ver, puedes usar una de estas? Tranquilo, no muerde.
Cevero.- Vente. Ahorita vamos a ver si tienes muchas ganas de trabajar.
Justo.- Ya te salió la oportunidad pinche macuarro. No te me vayas a apendejar.
Miguel.- ¿A dónde vamos?
Cevero.- Aquí mero. Este es el trabajo.
Justo.- Toma.
Miguel.- No tomo.
Justo.- No mames. ¿Cuándo has visto un indio que no le entre?
Miguel.- Mi papá se murió de eso.
Justo.- Oi tú. ¡Pinches almas mendigas! Los indios no tienen padre.
Cevero.- Vas.
Miguel.- ¿Qué?
Cevero.- Ve a echar unos tiros a esa choza.
Miguel.- ¿Para que?
Cevero.- Nada más.
Justo.- Pues ya si quieres, te traes la gallina.
Miguel.- Es que…
Cevero.- ¿Quieres el pinche trabajo o que chingados?
Miguel.- No sé disparar.
Cevero.- Ayúdale a este pendejo.
Justo.- Vamos.
Salen Justo y Miguel, se escuchan disparos desde afuera.
Justo.- ¡No se metan con los evangelistas!
Regresan Justo y Miguel.
Cevero.- Tómale.
Justo.- ¿No que no? Presta acá, que tú no la pagaste.
Cevero.- Déjasela, ya va a tener para pagar.
Salen todos.

Entra maría con ropa para lavar, luego entra Gulmaro.
Gulmaro.- Buenas tardes. ¿Está Miguel?
María.- Híjole, pues regresa muy tarde. Pero, ¿en que le puedo servir?
Gulmaro.- Tengo que hablar con él. Gracias.
Gulmaro pretende retirarse; María lo alcanza.
María.- De verdad le agradezco que nos haya ayudado. Yo sé que usted no confía en mí, pero déjeme al menos ofrecerle esto.
Gulmaro.- No, gracias.
María.- Ándele, acéptemelo. Aunque después vaya y lo tire por el camino.
Gulmaro.- Esta bien, gracias.
María.- Que le vaya bien.
Gulmaro se aleja, se encuentra con Miguel.
Gulmaro.- Miguel; que bueno que te encuentro...
Miguel.- Ya te voy a regresar tu pinche granero. Me voy a ir pa’l pueblo.
Gulmaro.- Estas borracho.
Miguel.- Muy mi dinero.
Gulmaro.- Estas loco.
Miguel.- Tú pendejo.
Gulmaro sale. Miguel se acerca a María.
Miguel.- Se siente bien bonito que le hable a uno la mujer. Yo nunca había tenido una; es como una caricia que te sumerge, te adormece.
Miguel trata de poseerla, ella se zafa.
María.- No seas idiota. ¡Déjame!
Miguel.- ¡Hija de la chingada!
María.- Ya, ya; por favor. No me pegues. No.
Miguel.- Perdón. No llores. No quería pegarte; es que me hiciste enojar.
María.- Perdóname. Ya no me pegues por favor. Me siento muy mal cuando me pegan.
Miguel.- ¡No, no! Yo no te tenía que pegar. Soy un pendejo. Perdóname tú. Yo sé lo que se siente; yo sé lo que sientes. Me equivoqué contigo. No me tengas miedo, por favor.
María.- Te creo, es que estoy nerviosa.
Miguel.- Piensas que soy un hijo de la chingada, no lo puedes evitar. Lo mismo pensaba yo de mi papá… Si me perdonas te prometo que voy a cambiar, voy a demostrarle al mundo que soy capaz de cualquier cosa, voy a tener dinero y todos me van a respetar. Nunca me había decidido, pero lo voy a hacer por ti; de verdad. Dime qué quieres.
María.- Ya no me pegues.
Miguel.- No. Te lo juro… María.
María.- ¿Qué?
Miguel.- Nada.
María.- Nunca me dijiste como te hiciste la cicatriz. ¿Me la enseñas?
Miguel.- ¿Sabes qué? Cuando las cosas van bien puedes voltear poco a poco hacia tu corazón y te ves como un mar abierto, y te dan ganas de cruzar ese mar al vuelo hasta encontrarte cuando eras niño y abrazarte.
María.- Yo no me acuerdo cuando dejé de ser niña… Me quedé con las ganas de ir a la primaria.
Pausa, otra atmósfera. María salta por el escenario como si jugara “avión”.
María.- 1,2,3 rojo. A,B,C azul.
Entran dos hombres, se acercan a María y la examinan con la mirada.
Cevero.- Esta es.
Justo.- No mames. Todavía le falta.
Cevero.- Así les gustan a esos cabrones.
Justo.- Yo creí que decían de una más grandecita. ¿Cuántos tiene, siete?
María.- Mamá…
Cevero.- Órale güey, agárrala ya; deja de estar de hocicón.
Justo.- Tranquila, no te vamos a hacer nada.
Cevero.- Ya te chingaste.
La agarran y le tapan la boca, ella se resiste.
Justo.- Está muy tiernita.
Cevero.- Si, ¿Cuál es el problema?
Justo.- Me vas a tener que dar más dinero.
Cevero.- Al rato vemos. Apúrate.
Justo.- Tranquila chiquita…
Cevero.- ¡O te estás o te pongo un madrazo!

EL APESTADO

Miguel.- Métete entre esos arbustos, rápido. No hagas ruido.
Gulmaro.- ¿Quiénes son...? ¡Malditos!
Miguel.- ¡Cállate! Si te ven te truenan enseguida.
Gulmaro.- ¿Y tú qué? ¿Tú me truenas más despacio?
Miguel.- Cállate o te callo. Estos son asesinos.
Gulmaro.- Eso son.
Miguel.- Si quisiera matarte lo hubiera hecho hace años, no es la primera vez que te perdono.
Gulmaro.- Me perdonaste; que bondadoso.
Miguel.- Tú también traes fusil. ¿Es para jugar?
Gulmaro.- ¿Tú qué eres?
Miguel.- Soy militar.
Gulmaro.- No traes ninguna insignia.
Miguel.- Te vale madres.
Gulmaro.- ¡Que fácil te olvidaste de tu raza!
Miguel.- No sé de qué me hablas.
Gulmaro.- De ti; de tu pasado.
Miguel.- Yo no te conozco. ¡Cállate ya!

Cambio de atmósfera.
Cevero.- ¡Miguel! ¿Con quién hablas escuincle? ¡Ya te oí! Mejor no te escondas porque te va peor. ¿Qué pasó con la botella que te pedí? Ahora si te voy a chingar cabroncito.
Miguel se va encogiendo sobre si mismo. Papá recoge una tabla del piso.
Cevero.- ¡Pinche cruda de mierda! ¡Miguel! Mejor sal, porque te va peor. Te hablo. ¡Contesta escuincle! ¿Qué traes? ¿Qué me miras? No me digas que ya se te esta quitando lo mariquita. Aunque me veas así, soy tu papá. Eres el hijo del borracho, del apestoso. ¿Crees que eres mejor que yo? Eres un apestado, como tu padre; nacimos con eso. ¡No me mires así escuincle!
Miguel.- No papá. No me pegue con el clavo. ¡Con el clavo no!
Cevero.- No llores pendejo; no seas marica. No importa cuanto te duela: nunca llores. Aprende a ser hombre.

Cambio de atmósfera.
Gulmaro.- ¿Qué tanto te sobas esa pierna? Ni tienes nada. ¿A ver? Es una cicatriz; ya esta sana… ¿Me perdonas? Yo te tuve que acusar porque sino me iban a pegar a mi… Ya contéstame.
Miguel se hecha a andar; Gulmaro va detrás de él
Miguel.- Lloro sin lágrimas para que nadie se burle de mí. Luego hay que buscar un paraje desierto y echar fuera las penas antes que se pudran dentro.
Gulmaro.-Si me esperas atrás de mi casa, le robo unos panes a mi mamá.
Miguel.- Mejor échame aguas.
Gulmaro se detiene tras una seña de Miguel, quien avanza hasta una caja con huevos.
Gulmaro.- Apúrate; no vayan a venir.
Miguel roba unos huevos.
Miguel.- ¡Córrele!
Gulmaro.- Ya mero nos cachan.
Miguel.- Ni cuenta se dieron.
Gulmaro.- Ya iban a salir. Yo creo que nos vieron corriendo.
Miguel.- Antes que nos agarren...
Miguel sorbe los huevos por un hoyo en el cascarón.
Miguel.- ¿Vamos por más huevos?
Gulmaro.- Ve tú; yo voy a conseguir pan. Te veo atrás de mi casa.
Gulmaro sale. Entra campesino.
Justo.- Ya sabía que eras tú, escuincle. Nomás te quería agarrar para ponerte una chinga; a ver si así se te quita lo mañoso.
Le tira varios cinturonazos y Miguel los esquiva. Acierta uno.
Miguel.- No me duele, no me duele. ¡Pinche viejo maricón!
Justo.- Deja que te agarre y te voy a quitar lo pendejo.
Miguel se escabulle, corre hasta perder al campesino.
Justo.- Florentino, ¡Florentino!
Cevero.- ¡Puta! ¿Qué hora es? ¡Miguel!
Justo.- Florentino.
Cevero.- ¿Qué chingados quieres?
Justo.- Tu escuincle se robó unos huevos de mi corral. Voy a necesitar que me los pagues.
Cevero.- Cóbrate del marrano que te di.
Justo.- Ese trato ya estaba hecho.
Cevero.- Un mezcal no vale un marrano.
Justo.- Ya habíamos quedado.
Cevero.- Estaba pedo.
Justo.- Yo ya no puedo...
Cevero.- Yo tampoco.
Justo.- Ponle atención a ese escuincle.
Sale campesino.
Cevero.- ¿Dónde estás?
Miguel.- Aquí.
Cevero.- Pásame las pinzas para arrancarme está pinche uña… Si no te sirve el brazo derecho, arráncatelo.
Miguel.- Tienes sangre.
Papá.- En esta vida hay dos clases de hombres: los chingones y los pendejos. Y a los pendejos se los lleva la chingada. ¿Ya comiste?
Miguel.- Si.
Papá.- Bueno.
Sale papá.
Miguel.- Con el tiempo me fui sintiendo más solo. Las penas llegaban solas y se me hizo vicio guardármelas, nomás que luego se me olvidó sacarlas y cuando se me ocurrió voltear pa´ dentro, ya tenía una llaga bien podrida ahí.
Gulmaro.- Ya no me voy a poder juntar contigo.
Miguel.- ¿Por qué?
Gulmaro.- Mi papá me dijo que me voy a volver igual que tú.
Miguel.- Mándalo a la chingada.
Gulmaro.- Yo si quiero a mi papá Miguel… Si me ves en el pueblo, ni me saludes.
POR QUE NO QUERÍA SENTIR MÁS DOLOR

Miguel.- Si. Ya me acordé de ti.
Gulmaro.- Yo sé que estuvo difícil lo que te tocó vivir.
Miguel.- ¿Si sabes?
Gulmaro.- Aunque no lo creas, hay otros que también sufrieron y puede que hasta más que tú.
Miguel.- Yo no sufrí nada.
Gulmaro.- Estás del lado equivocado.
Miguel.- ¿Cuál es mi lado?
Gulmaro.- El destino de los indios es alzarnos; no lo escogimos…
Miguel.- Esas son las pendejadas que le metiste a María en la cabeza, para después acostarte con ella.
Gulmaro.- ¿Y que tal que fue al revés? A lo mejor ella me convenció de que me juntara con los de la teología.
Miguel.- Hija de la chingada…

Cambio de atmósfera.
Gulmaro.- ¿Vienes a la iglesia?
María.- Si.
Gulmaro.- ¿Por qué vienes aquí?
María.- Nunca pude ir a la escuela. Es como hacer algo que siempre quise.
Gulmaro.- Pero, ¿tú no eres…?
María.- ¿La mujer de Miguel? ¿Qué tiene? La iglesia es para todos.
Gulmaro.- Miguel anda en otra iglesia.
María.- Nada más trabaja con ellos.
Gulmaro.- Si.
María.- Yo he hablado con él, pero es muy necio. Lo que pasa es que está dolido por varias cosas que le hicieron, pero le tiene confianza a usted. A lo mejor entre los dos lo podemos convencer de que se olvide de esas cosas.
Gulmaro.- Quien sabe si los demás se quieran olvidar de lo que ha estado haciendo con los evangelistas.
María.- Todos podemos perdonarnos si queremos, sino ¿de que sirve todo lo que aprendemos aquí?
Gulmaro.- Pues yo lo veo difícil.
María.- No hay que perder la fe. Hasta luego.
Gulmaro.- Maria… Perdón, ¿te puedo acompañar?
Maria.- Si, claro.
Salen María y Gulmaro. Entra Miguel.
Miguel.- María, ¡María!
María.-(off) Estoy aquí; afuera.
Miguel.- Pensé que te habías ido.
María.- ¿Dónde?
Miguel.- ¿Qué haces aquí afuera?
María.- Me acorde de cuando nos quedamos a dormir en el campo. ¿Te acuerdas de esas estrellas? Parece que hoy fueran las mismas.
Miguel.- Se ven más porque no hay luz.
María.- ¿Dónde dormías antes de conocerme?
Miguel.- En una cueva; por donde esta el manantial.
María.- Llévame. Quiero quedarme a mirar las estrellas contigo.
Miguel.- No puedo.
María.- El otro día me dijiste que te pidiera lo que quisiera. Quiero que nos quedemos en el campo a ver las estrellas, como cuando nos conocimos. ¡Quiero que nos vallamos lejos, donde nadie nos conozca!
Miguel.- Otro día lo hacemos. Tengo que hacer un trabajo.
María.- ¿Te vas a ir?
Miguel.- Al rato.
María.- Abrázame entonces tantito.
Miguel.- ¿Dónde fuiste hace rato?
Maria.- Tienes el olor de la tierra.
Miguel.- Te vine a buscar y no estabas.
María.- Me gusta ese aroma, porque así olías cuando te conocí.
Miguel.- No me gusta que estés yendo a la iglesia.
María.- Es tu verdadero aroma.
Miguel.- ¿Qué hacías ahí?
María.- Hueles como la gente de tu pueblo.
Miguel.- Son unos pobres ilusos que dan lástima.
María.- Es bueno sentir lástima, pero también deberías tener compasión de ti mismo.
Miguel.- No creo.
María.- ¿Nadie te enseño a amarte?
Miguel.- Nada más los putos tienen compasión de si mismos.
María.- Conocí muchos hombres como tú y sé perfectamente de que pié cojean. A todos tachan de maricones para ocultar su propia cobardía.
Miguel.- ¿Alguna vez escuchaste detrás las voces de la gente diciéndote que te largaras? ¿Las personas a quienes querías conocer te mandaron decir que te fueras porque les dabas asco? ¿Todos los que les diste tu confianza se juntaron para alejarse de ti?
María.- Miguel, las cosas no nada más son de un modo; todos cometemos errores. Y a veces también nos sentimos como tú dices.
Miguel.- Las cosas sólo se ven del modo en que te las arrojan a la cara. Pinche María, ya eres de esos que creen que lo saben todo; quisiera que pudieras ver por mis ojos. Para saber, se necesita ver; no nada más escuchar discursos.
María.- Yo era una puta.
Miguel.- Todavía lo eres.
Miguel sale.
María.- Espera... ¿Cuándo me llevas a conocer la cueva?
Pausa. Entra Gulmaro.
Gulmaro.- Buenas noches.
María.- Miguel no está.
Gulmaro.- No vengo a buscarlo a él.
María.- ¿Qué quiere?
Gulmaro.- Hablar contigo.
María.- Ahorita estoy muy ocupada.
Gulmaro.- Hace tiempo quiero decirte algo.
María.- Guárdatelo. No quiero saberlo.
Gulmaro.- ¿Por qué? El ni siquiera te pone atención. Anda embriagándose con prostitutas.
María.- Es su trabajo.
Gulmaro.- ¡Déjalo! Nunca va a pensar como tú; ya tiene su camino bien trazado.
María.- No puedo.
Gulmaro.- ¿Te tiene amenazada?
María.- Lo amo.
Gulmaro.- Un amor se quita con otro más fuerte
María.- No Gulmaro.
Gulmaro.- Yo llego hasta donde tú quieras.
María.- Espérate...
Gulmaro.- Eres muy bonita; no sé como lo había dudado.
María.- No...
Gulmaro.- Hace mucho que deseaba esto. Te he mirado desde que nos presentaron y no podía evitar tus pechos. Me he soñado acá dentro, como una fiebre que me persigue por los días y las noches. Te he tocado durante las platicas en la iglesia, con la sola mirada, pero no pude imaginar esta firmeza. Tus muslos son casi de madera.
María.- Apúrate ya, nos va a agarrar…
Gulmaro.- María, tú no eres fea; al contrario. Por acá no hay mujeres como tú. Que sepan hablar, que se hagan entender. Y tus gestos; me gusta tu mirada, la forma en que miras cuando hablas; como caminas.
María.- Así, así. No te detengas. Metete hasta dentro.
Gulmaro.- Ni siquiera me importaban los asuntos de la iglesia y de la liberación, hasta que los escuché de tu boca, porque lo dices y se me queda en la cabeza durante días y no me deja tranquilo hasta que te veo de nuevo y no sé si sean tus palabras o seas tú lo que me tranquiliza. ¿Sabes como me siento a veces? Como embrujado; como esos que andan todos idiotas por el toloache, pero yo no ando idiota; ando bien despierto y no me puedo sacar el embrujo porque yo solo me lo clavé para que no se me fueran a quitar las ganas de tenerte.
María.- Duro, más duro. Déjame sentirte todo.
Gulmaro.- ¿Qué me haces, cómo lo logras?
María.- Apriétame...

Entra Miguel, ya está muy borracho, encuentra a Gulmaro saliendo de casa.
Miguel.- Buenas noches. ¿Llevas mucha prisa? (Gulmaro sale) Pendejo.
Miguel trata de abraza a María y ella lo rechaza.
María.- He visto que andas muy pegadito con los capataces.
Miguel.- Ya voy a ser capataz.
María.- Miguel, los capataces no nomás trabajan pa’ la hacienda. Andan haciendo suciedad y media pa’l patrón con tal de ganarse unos pesos más.
Miguel.- ¿A, si? ¿Cómo qué?
María.- Tienen amenazados a los cafetaleros para pagarles lo que quieren por sus cosechas y algunos hasta los obligan a sembrar marihuana.
Miguel.- Ya me habían dicho.
María.- ¿Y por qué no te les apartas?
Miguel.- Porque ya me cansé de estar jodido.
María.- Pues también dicen que andan matando a los campesinos que no les obedecen y que aquellos ya se están organizando para lincharlos.
Miguel.- ¿Para linchar a quién? ¿A los campesinos?
María.- No. Van a linchar a los capataces, las familias de los campesinos que mataron.
Miguel.- ¿A los capataces? No digas pendejadas.
María.- Nosotros no necesitamos mucho. Si te molesta el trabajo del rastro, déjalo; no te vayas a meter en problemas. Diles que ya no puedes ir a sus trabajitos por las noches.
Miguel.- Ni te imaginas lo bien que me esta yendo. ¿De dónde sacas tanta pendejada?
María.- Todo mundo se da cuenta; si se la pasan borrachos molestando a la gente. Hasta tu amigo Gulmaro me dijo que le buscaron bronca.
Miguel.- ¿Tú por qué andas escuchando a ese indio?
María.- Todos somos indios; el nomás quiere tu bien.
Miguel.- No María, yo no soy igual que estos muertos de hambre. Puede que le tenga que tirar un balazo a alguno. ¿Por qué me habría de detener? No les tengo miedo ni creo que se atrevan a disparar una pistola.
María le da una bofetada, Miguel le contesta con un golpe que la hace rodar por el suelo.
María.- Ya, por favor, ya. Ya.
Miguel.- Pendeja.
Gulmaro.- ¡María!
Miguel.- ¿Qué quieres?
María.- Vete Gulmaro.
Miguel.- ¿Qué traes?
Gulmaro.- Déjala.
María.- Estoy bien Gulmaro.
Gulmaro.- ¿Segura?
María.- Si, no te preocupes.
Miguel.- ¿No oíste que te fueras?
Gulmaro.- ¿Para que le pegues?
Miguel.- Para lo que se me antoje; es mi vieja.
Gulmaro.- Suéltala.
María.- Espérate…
Miguel.- Chinga tu madre.
Gulmaro.- Ya estuvo cabrón, tranquilo.
Miguel.- ¡Suéltame!
Gulmaro.- ¡Tranquilo!
María.- Lo vas a ahorcar.
Miguel.- María…
María.- Ya suéltalo.
Miguel.- Perdóname María, soy un pendejo (llora).
María.- Estás borracho.
Miguel.- Soy un hijo de la chingada.
María.- Duérmete.
Miguel.- Perdóname…
María.- Si.
Gulmaro.- María…
María.- Ya vete.
Miguel.- Pinche Gulmaro (ríe), no estás tan perdido…
María.- Ya Miguel…
Miguel.- Saliste más cabrón que bonito.
María.- Cálmate.
Miguel.- Quítate pendeja.
María.- ¡No!
Gulmaro.- Te lo advertí hijo de la chingada.
Miguel.- Me pelas la verga.
Gulmaro.- Con María no te vuelves a meter porque te parto la madre. ¿Entendiste? ¡¿Entendiste?! Ya estuvo.
María.- Déjalo Gulmaro, lo vas a matar.
Gulmaro.- Ya estuvo…
María.- Déjalo ya. ¿No ves que no se mueve? ¿Qué le hiciste?
Gulmaro.- No sé…
María.- ¿Qué te pasa? ¡Miguel! ¿Qué le hiciste?
Gulmaro.- Se quedó dormido.
Pausa, María reacciona repentinamente, haciendo un bulto de ropa.
Gulmaro.- ¿Qué haces?
María.- Dile que no se preocupe por mí, que yo lo voy a esperar el día que el me quiera ver.
Gulmaro.- ¿A dónde vas?
María.- No sé. Voy a esperar a que se le evapore el odio; voy a alejarme mientras se empareja conmigo.
Gulmaro.- No te quiere. ¿No ves que está loco? Así ha sido desde niño; sólo sabe crearle problemas a todo el mundo.
María.- Cuando Miguel apareció en mi vida, yo ya no tenía esperanzas. Lo que él me ofreció nadie se atrevió a mencionarlo.
Gulmaro.- Ya no sólo es el alcohol. Anda metido en lo de las guardias blancas.
María.- Anda herido, no puede perdonarme que le lleve tanta ventaja. Me voy a apartar para que pueda andar con todas las que quiera, pero no quiero que piense que me fui porque no lo quiero. Después de todo lo que ha sufrido y ahora va a pensar que yo también lo abandoné. Dile que no es cierto, dile que puede andar con las putas que quiera hasta que se empareje conmigo; que yo lo voy a esperar. Díselo por favor Gulmaro.
María sale. Pausa. Miguel despierta aún alcoholizado
Miguel.- Ya se me volvió a abrir la pinche herida. Si ya se había sanado. ¡María, María!
Gulmaro.- Se fue.
Miguel.- A fin de cuentas lo hizo. ¿Para qué la quiero? Como si nunca hubiera estado.
Gulmaro.- Miguel...
Miguel.- Mejor andar solo como perro; como un pinche perro comiendo carroña (Intenta levantarse y se cae).
Gulmaro.- Miguel...
Miguel.- Íbamos a ir a cazar conejo; le iba a enseñar la cueva donde dormía cuando no tenía casa.
Gulmaro.- Yo era la única persona que conocía en el pueblo...
Miguel.- ¡Lárgate de mi casa! Pinche indio de mierda.
Pausa.
Gulmaro.- Dijo que te va a esperar hasta que te emparejes con ella.

NO ME DUELE

Justo off.- ¿Qué pasa allá abajo tocado?
Miguel.- Nada, todo sereno.
Justo off.- ¿Estás hablando solo o qué?
Miguel.- Si.
Justo off.- ¿Si? Ya ni la chingas; estás bien tocado… ve terminando de espulgarte la pantorrilla, ya mero nos vamos. Atento.
Miguel.- Atento… ¿Por qué nunca me pasaste ese recado?
Gulmaro.- Si te lo pasé.
Miguel.- Lo estás inventando para que te deje ir.
Gulmaro.- Ya no te conviene dejarme ir.
Miguel.- ¿Dónde esta Maria?
Gulmaro.- ¿Sigues trabajando con los caciques o con los narcos, o te uniste al ejército? ¿Por qué no te dieron ninguna insignia?
Miguel.- Quiero verla, a ver que me dice. Nada más quiero que me explique a ver si es cierto lo que me contaste.
Gulmaro.- Es igual, aquí el ejército no necesita venir. Cada quien se hace justicia por propia mano. Y el que no sabe, le paga a alguien pa’ que se la haga.
Miguel.- Ella ha de querer verme. Según tú lleva cuatro años esperándome; te habrá mandado para que me dijeras donde encontrarla. ¿Dónde vive?
Gulmaro.- Como los paramilitares que anduvieron por acá la otra noche, por una cuenta muy grande y de paso poner sobre aviso a los que quisieran unirse a los rebeldes. Nomás que se equivocaron, en esa choza no había ningún rebelde; había puras mujeres y niños; se reunían ahí para rezar desde que el conflicto se puso más duro.
Miguel.- Si mis superiores llegan te van a querer chingar, mejor vamos agarrando camino. Tú por delante, no sea que me quieras madrugar.
Miguel empuja a Gulmaro; caminan un tramo.
Miguel.- Por ahí no; por allá esta el campamento, búscate otro camino. Si lo que me dice María me convence, puede que hasta te perdone la vida, apúrate.
Gulmaro.- No creo que se hayan confundido, ponían veladoras, estaban rezando. Te podías dar cuenta de que eran mujeres y niños al escuchar sus voces; te podías dar cuenta que no eran rebeldes armados.
Miguel.- Párate. Este camino lo conozco. ¿Adónde me llevas? Este es el camino para Acteal, ¿María vive en Acteal? Que te pares te digo. ¡Espérate con una chingada!
Miguel corre; Gulmaro lo sorprende, lo somete.
Gulmaro.- Le dispararon a unas personas que estaban en una choza. Se ve que estaban bien entrenados, los fulminaron en cinco minutos con ráfagas de metralla.
Miguel.- No sé de que hablas.
Gulmaro.- Pues con eso que a ti no te gusta verle la cara a quien le disparas, tal vez no te fijaste quien estaba ahí.
Miguel.- ¿Quién estaba?
Gulmaro.- La mayoría eran mujeres y niños. Había mujeres embarazadas, a esas las remataron en la panza.
Miguel.- Yo no estuve ahí.
Gulmaro.- En esa choza estaba María; le metieron un balazo en medio de la frente para rematarla; tenía entre los brazos un niño como con cinco balas de metralla. Dicen que fue un pleito de tierra; dicen que fue un grupo llamado Paz y justicia. Me fui a buscarlos, no andaba tan lejos, ya mero llego a su campamento, pero sólo pude agarrar a uno.
Miguel.- No es cierto.
Gulmaro.- Eran indios todos, igual que tú.
Miguel.- Mentira, es otra de tus mentiras.
Gulmaro.- Traicionaste a tu raza, a tus hermanos. Los asesinaste; todo por el miedo que tienes de verte a ti mismo.
Miguel.- Están así por huevones, quieren que el gobierno les regale todo. Tienen rencor. Quieren vengarse por ser indios; por su pinche suerte de perros sin dueño.
Gulmaro.- Te volvió loco la ambición, el odio, el hambre.
Miguel.- ¡Cállate! ¡Cállate!
Forcejean, Miguel le da un tiro a Gulmaro.

Cambio de atmósfera.
María.- Estábamos rezando el rosario, escuche pisadas fuera, pero no les di importancia. Fue muy rápido. El ruido me sorprendió, creí que se había soltado el aguacero, pero sabía que no era eso. Yo nada más pensé en mi niña, ni siquiera me despedí de las señoras. Entonces tronó la veladora que traía en las manos; toda la cera se regó, los vidrios salieron disparados, sentí que me quemaba el brazo y luego también en la espalda. Se me enterraron por todo el costado. Ya ni me pude echar a correr como los que se fueron pa’ la puerta. No llegaron lejos; se tardaron más en rematar a los que chillaban.

Cambio de atmósfera. Miguel le echa agua a Gulmaro para despertarlo.
Miguel.- Dime dónde está María. Esta viva, dime donde esta.
Gulmaro.- María te dejó un recado…
Miguel.- Ya me lo dijiste. Dime donde está. ¡Contéstame!
Cevero.- ¡Todos estamos muertos! Con nuestros primeros pasos empezamos a cavar nuestra tumba. No podemos evitar lo que somos. Esta es la vida eterna.
Miguel.- Cállate, chinga tu madre, déjame en paz.
Miguel cae trastornado por el dolor, se soba la pantorrilla.
María.- ¿Te acuerdas lo que te pedí? Dijiste que me ibas a enseñar la cueva donde dormías antes de conocerme. Llévame ahora Miguel; vamos a la cueva a ver las estrellas.
Miguel.- Perdóname María
María.- ¿Por qué?
Miguel.- Porque estas muerta.
María.- No te preocupes, no pasa nada. No eres tú, es tu cuerpo el que tiembla, el que hierve. Vámonos, tú ya no te entiendes con esta vida.
Miguel.- ¿Sabes qué? Cuando las cosas van bien puedes voltear poco a poco hacia tu corazón y te ves como un mar abierto, y te dan ganas de cruzar ese mar al vuelo hasta encontrarte cuando eras niño y abrazarte. Pero cuando las cosas van de mal en peor, tratar de voltear sería como abrirte el pecho y ver como palpita; así que decides no ver más hacia ti. Te vas construyendo un lugar mas cómodo en el odio, en la venganza (ríe amargamente). A menos que llegue un instante de paz, pero no sabes donde encontrarlo.
María.- No dejes que se te pierda el alma.
Miguel.- ¿Y la deuda? ¿Y el desprecio con el que todos me trataron? Todavía me duele; lo trago aquí.
María.- Todos nos debemos. Sólo hay un modo de emparejarse.
Miguel.- Tengo que demostrarles que soy igual que ellos; que soy mejor que ellos; que se equivocaron conmigo. Se tienen que arrepentir.
Cevero.- Eres el hijo del borracho, del apestoso.
Miguel.- Cállate.
María.- El destino de los indios es alzarse. Los tienen agachados para olvidarlos, pero los indios no pueden mirar pa’ delante, sólo sus panzas hambrientas y se muerden las tripas entre sí como perros espantados.
Miguel.- ¿Dónde estás? ¿Qué pasó con el rastro que quedaba en mi corazón? No puedo cambiar de parecer porque siento que caigo al vacío.
María.- El destino de los indios es alzarse, porque cuando los indios se alzan, se alzan por sobre la sierra y se convierten en gigantes.
Miguel.- Yo ya no entiendo la voz que me grita en mi alma. ¿Con quien voy a llorar ahora? ¿Quién me va a decir lo que tengo que hacer?
Cevero.- Nos embruteceremos al calor de la cólera, tan sólo para vengarnos de la justicia que no nos vio, de ese don que no se nos dio, de la madre que nos abandonó, de dios por no existir.
Miguel.- Yo solo puedo hablar con las palabras que me enseñaron; no entiendo lo que hice mal.
Justo.- ¿Qué haces cabrón? ¿Y este? Te lo chingaste…
Miguel.- Yo no estuve ahí; yo no me entere de nada de lo que pasó. Estuve toda la noche haciendo guardia en los cafetales.
Justo.- Ya vino la camioneta.
Miguel.- ¡No me duele, no me duele; pinche viejo maricón!
Justo.- Apúrate ya; deja de estar de pinche tocado. En dos minutos nos vamos.
Justo sale. Una luz va llenando lentamente el escenario, llega a un punto tan intenso que se vuelven invisibles los personajes.
Miguel.- Pinches indios mal paridos, parece que los cagó una vaca.
Cevero.- No podemos evitar lo que somos.
Miguel.- Si quisieran salir de ahí, ya le hubieran buscado el modo.
Cevero.- Esta es la vida eterna.
Miguel.- Nada más se la pasan lamentándose y echándole la culpa a los demás de sus desgraciadas vidas.
Cevero.- Todos estamos muertos.
Miguel.- No veo por que me tendría que lamentar, así estoy bien, no siento nada.
Cevero.- ¡Todos estamos muertos!
Miguel.- No me duele. ¡Paz y justicia! ¡No me duele!